twenty one.

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NASH BECKER

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NASH BECKER.

Matar sin querer no era mi estilo. Si pensaba acabar con la vida de alguien tenía que planearlo con anticipación o no hacía nada bien. Mi mente estaba hecha un caos, mientras miraba a Brielle paseándose de un lado a otro a punto de ponerse a llorar, hablando de cosas que no tenían ninguna relación con lo que estaba sucediendo en ese momento.

—¿Quieres calmarte? —le pregunté, apoyando la espalda contra un árbol—. Me pones nervioso y estoy intentando pensar qué mierda vamos a hacer.

—Es que cuando estoy asustada intento pensar en cosas nada que ver para calmarme, ¿sabes? —dijo ella—. Por ejemplo, cuando ustedes me secuestraron... Quiero decir, cuando tú me secuestraste, lo único que podía pensar era en estupideces, solo para no cagarme de miedo. Ahora me estoy cagando de miedo igual, así que no creo que me esté funcionando... No importa, hay que quemarlo. —Y se acercó a la cabaña.

—Claro, bonita, ya sabía —dije—. Pero ¿de dónde mierda vamos a sacar fuego si ni siquiera tengo una pelusa en el bolsillo?

—Tenemos que hacer con madera —hablaba ella con rapidez. Se metió dentro de la casita y la escuché parlotear—. Dios, no puedo creer lo que acabo de hacer... ¡Ay! Esta araña de mierda me asustó de nuevo... Y es que vamos a tener que quemar el puto bosque completo porque estamos en la...

—¿Quieres calmarte? —repetí por enésima vez, viéndola salir de la cabaña con una tabla de madera.

—Voy a llorar —susurró, dejando la tabla en el piso—. ¿Deberíamos quitarnos la ropa y quemarla?

Se acercó a mí y me miró con el ceño fruncido. Tenía el rostro salpicado de sangre, el cabello despeinado y los ojos aguados. Era retorcido pensar en lo atractiva que se veía así.

—¿Me vas a ayudar? —me espetó.

—¿A quitarte la ropa? —pregunté, alzando las cejas—. Si insistes...

—No es chistoso.

—Ya, perdón.

Un día tienes ganas de ver a la chica que te gusta y al otro terminas quemando la mitad de un bosque con ella para poder tapar el hecho de que asesinaron a un prestigioso agente policial.

Amontonamos un par de tablas de la cabaña y echamos la rama con la que golpeé a Clement en ella. Tuve que frotar tanto un palo de madera contra otro, que me dolieron los brazos hasta que por fin salió humo y saltó una chispa que se fue agrandando hasta convertirse en fuego.

Suerte que había parado de llover, mala suerte lo que eso significaba; cuando comenzara a caer agua del cielo de nuevo, lo haría en mucha cantidad. Solo esperaba que las cosas empezaran a quemarse antes de que eso sucediera. Me quité la camiseta salpicada de sangre para echarla al fuego.

—¡Mira lo que encontré! —exclamó Brielle, saliendo de la cabaña con un bidón rojo—. Es gasolina... ¿Qué haces desnudo?

—Solo me quité la camiseta —respondí, riéndome por lo bajo y recibiendo el bidón—. Qué genia eres. Es lo más útil que has hecho en meses.

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