fiveteen.

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BRIELLE MONROE

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BRIELLE MONROE.

La cantidad de cosas que sucedieron en el fin de semana parecían sólo producto de mi imaginación cuando desperté la mañana del lunes, como si todo hubiese sido un sueño gracias a lo sobrenatural que se sentía estar despierta después de haber escapado de Jakob.

Ya que mis clases empezaban más tarde, planeaba quedarme durmiendo hasta media hora antes de ir a la universidad, pero mis planes fueron pisoteados por una llamada que recibí a las siete y media de la mañana.

Desperté, me senté en mi cama, agarré el celular con agresividad y contesté sin fijarme en quién era.

—¿Qué? —gruñí.

—Eh, mosquita, ¿puedes ir a dejar a los chicos a la escuela?

—¿Es una puta broma? —pregunté, con la evidente indignación reflejada en mi voz—. ¿Me viste cara de...? ¿Cómo me llamaste, Ryan?

—Por favor, Bri, no me gusta que anden solos —contestó él—. Sabes que Jakob los quiere matar a ellos antes que a nosotros.

—¿Y por qué no vas tú? —pregunté, mirando la lluvia a través de la ventana—. ¿O Nash? ¿O Calvin?

—Estoy en la U con Calvin porque tenemos un examen, y el otro anda en el gimnasio.

—Bueno, bueno. —Me levanté de la cama—. Ya voy.

Si los chicos no me importaran, fácilmente me quedaba dormida de nuevo, pero no podía ser tan mala voluntad. Y ya que lo pensaba, era bastante preocupante la rapidez con la que me encariñé con ellos. Se suponía que debía ser una persona indiferente e insensible que los ocupaba a su favor, pero no, terminé haciendo hasta de furgón escolar.

Pensé que Leo nunca jamás en la vida me iba a prestar un auto después de lo que le hice al Ferrari, pero me equivoqué, porque no dudó en prestarme una Chevrolet Tracker negra para que me fuera, supuestamente, a la universidad.

Tomé las llaves y salí de la casa, dirigiéndome al garaje para sacar la camioneta. Mientras esperaba a que el portón eléctrico se abriera, sentí un golpe en la cabeza.

—Hola, mi amor. —Era mi madre, que me había dado un zape—. ¿A dónde vas tan temprano? Creí que tus clases empezaban a las una.

La miré con incredulidad. Llevaba una camisa blanca y unos pantalones negros, empapada de pies cabeza. Lo único en ella que no estaba mojado era el libro que cubría con los brazos, sosteniéndolo contra su pecho.

—¿Y tú? —pregunté.

—Yo hice la pregunta primero.

—Muy bien, respondamos al mismo tiempo —propuse.

—Estaba leyendo en el bosque.

—Voy a la U porque tengo un trabajo.

Mamá sonrió. Conocía muy bien esa sonrisa, y me dio rabia.

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