fourteen.

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BRIELLE MONROE

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BRIELLE MONROE.

Apenas entré en el auto, Nash subió y aceleró como un rayo para salir de ahí lo antes posible. Me aferré al asiento con fuerza para no caer debido a la inercia que provocó el brusco arranque.

Respiré hondo, intentando calmar mi respiración agitada por haber corrido tanto. Tenía frío y estaba empapada hasta la médula, lo que me hacía temblar, aunque la chaqueta de Nash poco a poco me transmitía su calor. Cuando estuve un poco más tranquila, lo miré de reojo. Manejaba en silencio, con sus manos tatuadas bien aferradas al volante, la mandíbula tensa y el ceño fruncido.

—¿Qué? —soltó al darse cuenta de que lo estaba mirando.

—¿Por qué estás tan enojado conmigo? —pregunté.

—No estoy enojado contigo —dijo con brusquedad, mirando varias veces por el espejo retrovisor.

—Ah, se me olvidaba que siempre eres así.

—Ponte el cinturón —me advirtió.

—¿Vas a convertir el auto en un Transformer? —pregunté, intentando alivianar el ambiente.

—¿Crees que es buen momento para chistes, rubia? —inquirió, aunque con un tono suave, como si intentara conservar la poca paciencia que tenía.

—Lo siento.

Nash miró hacia atrás al mismo tiempo en el que yo lo hacía, y pude ver cómo un auto gris doblaba la curva de la carretera y comenzaba a perseguirnos. Di un respingo al oír un disparo que rompió el vidrio trasero del auto de Nash.

—Por la mierda, ¿sabes cuánto cuesta eso? —murmuró él, acelerando mucho más.

Saqué la pistola que me había regalado Ryan de su escondite, y me arrodillé en el asiento para asomarme por la ventana y apuntar hacia atrás.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Nash.

—Voy a despejar esto —contesté.

Miré a través de la lluvia, entrecerrando los ojos e intentando recordar todo lo que me había enseñado Ryan el día que fuimos al bosque.

Cuando disparé tres veces seguidas, el sonido repicó en la noche. La rueda del vehículo gris estalló, éste se tambaleó y chocó contra un poste de luz. Me volví a sentar, un poco asustada por la adrenalina que sentía.

—Salió mejor de lo que esperaba —comenté.

—Sí, yo creía que te iba a llegar un balazo en la cabeza —sinceró Nash.

Nuevamente aceleró el auto con brusquedad, por lo que casi me derribó del asiento y tuve que agarrarme de la ventana para no golpearme la cabeza contra el parabrisas. Lo miré y él estaba con los labios presionados, intentando no reírse. Me puse el cinturón de seguridad y lo miré feo.

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