CAPÍTULO 4

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LOS INSTINTOS SUICIDAS DE FEYRE Y LA MALA SUERTE DE FAYE

 
 
 

 
 
 

Y como si Faye no hubiera tenido suficiente de la sangre derramada aquel día, justo esa noche unos alaridos que parecían pertenecer a las almas en tortura eterna del averno la despertó. Salió de su cuarto encontrándose con Feyre y ambas corrieron hacia donde provenían los gritos. Vieron a Tamlin yendo a la carrera con un inmortal herido que aullaba sobre su hombro.

La rubia se veía muy cansado y no era por el cuerpo que cargaba. Lo sabía muy bien: aquel trato que habían cerrado en el bosque le había chupado casi toda su magia en un pispás. Lucien entró corriendo en el vestíbulo mientras Tamlin gritaba:

—¡Despéjame la mesa!

Tiró al suelo el florero para dejar libre la mesa que ocupaba el centro del vestíbulo. O Tamlin no estaba pensando con claridad o tenía miedo de perder los minutos extra que implicaban llevar al inmortal a la enfermería.

—Lo han encontrado los exploradores. Alguien lo había tirado por encima de la frontera—Le explicó a Lucien, pero les dio un vistazo a las hermanas—Es de la Corte Verano.

—¡Por el Caldero!—Exclamó Lucien mirando las heridas.

Caldero...—Faye tomó nota de preguntarle a Lucy sobre el bendito caldero una vez lograran curar al pitufo élfico que se desangraba sobre la mesa.

—Mis alas—Consiguió decir el inmortal azul, pero se ahogaba con los ojos negros bien abiertos—Ella se llevó mis alas.

Tamlin movió la mano, y sobre la mesa aparecieron de la nada vendas y agua caliente. Faye se acercó para ayudar en lo que fuera. Sabía mucho sobre desinfectar y curar heridas. En su vida pasada, sus hermanos menores siempre se las arreglaban para conseguirse un nuevo raspón cada día y debía encargarse de curarlos y hacerles el sana sana.

No creo que el culito de rana sea suficiente para el pitufo vístima—pensó con semblante sombrío al ver la espalda del inmortal.

No se habían llevado sus alas; las habían arrancado sin piedad como quien rasga el papel sin cuidado ni precisión. La sangre manaba de los muñones negros, aterciopelados, sobre la espalda del inmortal. Las heridas tenían una forma aserrada, cartílago y tejido muscular cortado a golpes que parecían irregulares.

—Se llevó mis alas. Ella se llevó mis alas—Repitió, aferrándose al borde de la mesa con sus largos dedos azules.

Faye hundió una venda en agua para limpiar el sangriento desastre. Lo hizo con movimientos suaves, temiendo dañar aún más al herido; pero precisos. Agarró el alcohol para desinfectar los muñones. Después sostuvo aguja e hilo y dudó.

—Se llevó mis alas—Dijo el inmortal de nuevo con voz quebrada y tembló aterrado.

—Quedaos quieto—Le ordenó Tamlin—Vais a sangrar con mayor abundancia si os movéis.

—Nnnnno, nnno—Empezó a decir el inmortal, y se retorció sobre la espalda, alejándose de Faye y de la aguja esterilizada y el hilo con el que iba a suturar las heridas, alejándose de la posibilidad de que le cerraran los muñones como si no volvieran a ponerle sus preciadas alas.

Feyre se acercó y empujó al inmortal de regreso a la mesa con toda la dulzura que pudo. Faye decidió guardar hilo y aguja y miró a Lucien. El pobre parecía a punto de sacar su comida por el orificio incorrecto.

—Lucien—Dijo Tamlin con voz tranquila. Pero Lucien seguía mirando con los ojos muy abiertos la espalda lastimada del inmortal, los muñones; los miraba y cerraba y abría el ojo de metal. Después retrocedió un paso. Y otro. Y un instante más tarde vomitó en una planta que crecía en una maceta y salió huyendo de la habitación.

A COURT OF SILENT AND STARS (UNA CORTE DE SILENCIO Y ESTRELLAS)Where stories live. Discover now