CAPÍTULO 8

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NO FUIMOS A VER A LA TÍA MANILA

 

 
 

Tamlin los sacó a patadas del comedor, pero Feyre insistió en quedarse y así lo hizo. Esperaba que lograra calmar a la rubia con PPP (Pequeño Problema Peludo). Lucien y Faye regresaron a sus habitaciones.

Encontró a Severus descansando sobre su cama en la cual incidían los rayos de sol que provenían de una ventana abierta. Sonrió levemente y se acostó junto a su amigo canino. Le acarició el pelaje marrón tratando de calmarse, de olvidar la sensación de esos espolones y esos ojos... Nunca antes se había sentido tan desnuda e indefensa delante de alguien, ni siquiera cuando los cobradores...

Se estremeció inconscientemente y sintió ganas de vomitar lo poco que había comido. Casi prefería volver a estar expuesta a esas garras mentales antes de recordar cuando los cobradores le rompieron la pierna a su padre. Ellos no se habían detenido allí.

Las estrellas... El vaivén de las olas... El olor salado del mar... La calidez del agua...

Rememoró uno de sus pocos momentos en su país natal de su primera vida. Ella no era originalmente de México. Se había mudado a los diez años y había pasado unos dieciséis años adquiriendo la jerga coloquial de la nación mexica. Pero su patria era Cuba.

Una vez por las vacaciones había ido a Varadero junto a su mamá para quedarse en la casa en la playa de unos amigos de trabajo. Fue uno de los mejores veranos que tuvo en su vida sin preocuparse por Aslin o por Domingo, ya que aún no habían nacido. Fue la primera vez que había sentido la arena bajo sus pies y aspirado el olor salado del mar sin contaminación.

Su mejor recuerdo fue cuando por primera vez había ido a la playa de noche. No había mucho que hacer más allá de observar las estrellas. Así que se había quedado allí, flotando, mientras miraba la bóveda celeste, creando historias a constelaciones inventadas por su musa.

 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

  
 
 

  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Ni muerta se pondría un vestido que no fuera el que había usado para el solsticio de verano. Detestaba tener que ponerse tantas capas de tela encima y el instrumento de tortura aprobado éticamente por la sociedad: el corsé malparido. Además de que estaban tan sobrecargados con adornos que le parecían horrorosos.

Afortunadamente, Alis se apiadó de ella y le permitió usar el vestido blanco. Solo que le había añadido algunos arreglos. En el escote y por toda la falda había varias perlas de distintos tamaños. Y llegaba a cubrir sus pies, los cuales estaban cubiertos por unos tacones a juego.

Pero no se libró del dichoso sombrero. Lucien se había reído en su cara al verla con ese sombrero mil veces más grande que su cabeza. Se ganó un zape por menso.

—No creas que te voy a extrañar—Dijo con un tonito arrogante y despectivo en su voz al igual que el primer día que se vieron.

«Sí, se nota lo poco que me quieres» Sonrió de lado con sarcasmo antes de aceptar el abrazo que le ofrecía su amigo pelirrojo.

A COURT OF SILENT AND STARS (UNA CORTE DE SILENCIO Y ESTRELLAS)Where stories live. Discover now