CAPÍTULO 7

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VELARIS Y EL CULO GORDO DE RHYS

 

 
 

Había dormido alrededor de cuatro horas y aún así seguía con sueño. Suspiró frustrada. Aquellas pesadillas que la atormentaban de vez en cuando no la dejaban dormir tranquila. Ya estaba harta de tanta depresión. Sin embargo, ahí aún estaban los sentimientos de culpa, arrepentimiento, ansiedad, asco, odio... Todos dirigidos hacia su persona.

Se miró en el espejo del baño. Tenía el pelo enredado, unas ojeras de aquí a Hong Kong, la piel más blanca que la lejía y una expresión de quien está a punto de suicidarse. Parecía una drogadicta la neta.

—Eres tremenda pieza de arte y todo el mundo te adora—Le dijo a su reflejo y escuchó a su conciencia descojonarse de la risa.

Ay, wey, esa ni tú te la crees. Por mucho que te arregles sabes que estás tan fea como un dementor.

Cállate. Diva se nace, no se hace.

Sí, sí... Sigue repitiéndolo hasta que te lo creas.

Vete a la chingada, pinche cerebro de mierda.

Yo también te quiero.

Salió del baño una vez terminó de discutir consigo misma. Se puso un pantalón negro de invierno, un suéter, unas botas y un largo abrigo azul con, bendito fuera el Dios de los bolsillos, un par de compartimentos donde guardar sus manos para mantenerlas calentitas. Se recogió el pelo en una coleta alta, demasiado floja como para hacerse alguna trenza.

Bueno... ¡Llegó el momento de conocer a los norteños!

Terminó el desayuno que Nuala y Cerridwen muy amablemente le habían dejado en la mesita de noche y bajó. Se encontró a Rhys en la puerta que daba a la antecámara y esta a su vez hacia la ciudad. No pudo evitar que sus ojos repararan en que estaba abierta, permitiéndole ver el exterior.

—A esos dos les gusta mucho hacer escándalo—Dijo Rhys y había tensión en esas palabras mientras le ofrecía su mano para guiarla hacia afuera.

Faye no dijo nada. Estrechó su mano con la de Rhys y se dejó guiar. Absorbió todos los detalles a su alrededor como una esponja.

Una luz de sol color manteca que suavizaba el día de invierno, templado de todos modos, un jardín al frente, chico y bien cuidado (el pasto seco casi blanco), bordeado con una reja de hierro forjado no más alta que la cintura, y canteros vacíos, y allá delante, la calle de adoquines claros. Aquí y allá altos fae con ropa de paseo, algunos en abrigos para cuidarse del aire frío, otros con vestidos a la moda mortal, capas y faldas hinchadas y puntillas, algunos en ropa de cuero como para montar a caballo, todos sin apuro en esa brisa con olor a sal, limón, verbena que ni siquiera el invierno conseguía eliminar del todo.

Era un olor familiar. Lo aspiró fuertemente sin importarle parecer un perro olfateando el aire. Le dio un apretón a la mano de Rhys y trató de seguir ese rastro salado. Y lo vio a lo lejos.

El mar.

La ciudad estaba construida en una cresta de las colinas empinadas que flanqueaban el río; los edificios, tallados en mármol blanco o arenisca tibia. Había barcos a velas de diferentes tamaños en el río, y más arriba, bajo el sol del mediodía, brillaban las alas blancas de los pájaros.

Ningún monstruo. Nada de oscuridad. Ni un dejo de miedo o desesperación. La ciudad había permanecido intocada, como si Amarantha nunca hubiera sabido de ella.

No sabía lo que había hecho Rhys, qué pacto con el Diablo había cerrado, fuera lo que fuese, era evidente que Amarantha no había conseguido tocar ese lugar ni siquiera durante el momento de su mayor dominio sobre Prythian. El resto de la isla había quedado hecho pedazos, lo habían dejado sangrar durante cincuenta años, pero Velaris… Había sido protegido por alguien que la amaba tanto como ella misma amaba a su familia.

A COURT OF SILENT AND STARS (UNA CORTE DE SILENCIO Y ESTRELLAS)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant