CAPÍTULO 7

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LEGOLAS MALVADO

 

 
 

 

Estaba deseando que alguien volviera a dispararle (pero esta vez en la cabeza para que fuera rápido e indoloro) al ver cómo Tamlin y Feyre se tiraban los tejos tan descaradamente en su desalmuerzo, cuando repentinamente todo se sumió en un pesado silencio. Ya conocía ese tipo de quietud silenciosa. Era la que siempre precedía a la aparición de algún inmortal peligroso. Las alarmas rojas se encendieron en su cabeza al mismo tiempo que se repetía una orden en su mente: EVACUAR.

Agarró el cuchillo de la carne (que era enorme), cogió la mano de su hermana y trató de salir corriendo hacia su habitación. Pero Lucien las empujó rápidamente tras unas cortinas y les puso un glamour. Faye quería salir y decirle que no funcionaría, pero Feyre la mantuvo en el lugar, confiando ciegamente en las habilidades mágicas de su amigo.

Unos pasos sonaron en el vestíbulo. Regulares, pesados, relajados. Tamlin siguió limpiándose las uñas. Lucien asumió la posición de quien mira por la ventana. El sonido se escuchó con más fuerza, el ruido de unas botas sobre las baldosas de mármol.

Y después apareció... El maldito cabrón que se veía demasiado bien como para ser alguien tan malvado y cruel.

Con pasos demasiado llenos de gracia, demasiado felinos, se acercó a la mesa y se detuvo a pocos metros de Tamlin. La ropa era refinada, rica, recamada con jirones de noche, una túnica de color ébano con brocado de oro y plata, pantalones oscuros y botas negras que le llegaban a las rodillas. Su rostro tenía esa expresión entre la indiferencia y la diversión perversa. Y esos ojos como gemas brillantes en medio de la oscuridad de su ser que la hacían perder horas de sueño desde la primera vez que los vio.

¿Por qué los chicos malos son siempre los más suculentos? Por el señor de abajo... Por él yo misma saltaría incluso antes de que lo pidiera—se quejó internamente al darse cuenta de que prácticamente lo estaba desnudando con la mirada.

—Alto Lord—Saludó con un sonsonete inclinando levemente la cabeza. Nada parecido a una reverencia. Parecía que no se dejaría arrodillar por nadie. Parecía.

—¿Qué quieres, Rhysand?—Preguntó con ira la rubia desesperada.

Este sonrió (dejando apendejada a Faye por esa maldita sonrisa de comercial de pasta de dientes) y se llevó una mano al pecho, "herido".

—¿Rhysand? Vamos, vamos, Tamlin. ¿Hace cuarenta y nueve años que no te veo y me llamas Rhysand? Solo mis prisioneros y mis enemigos me llaman así—La sonrisa se le ensanchó cuando terminó de hablar. Algo en esa cara se volvió salvaje y letal. Se dio la vuelta fijándose en Lucien—Una máscara de zorro… Muy apropiada para ti, Lucien.

—Vete al infierno, Rhys—Ladró Lucien.

Pero si él salió del infierno mismo, Lucien. El infierno es su refugio y hogar. Mejor mándalo a la chingada. Siempre funciona—esperaba que su buen amigo hubiera escuchado sus pensamientos, pero no fue así lastimosamente.

—Siempre es un placer tratar con la chusma—Replicó Rhysand, y volvió a mirar a Tamlin—Espero no haberos interrumpido.

—Estábamos en mitad del almuerzo—Respondió Tamlin, su voz vacía de tibieza.

—Estimulante—Comentó Rhysand.

—¿A qué has venido, Rhys?

—Quería ver cómo andaban las cosas por aquí. Quería ver cómo os iba. Saber si recibisteis mi regalito.

A COURT OF SILENT AND STARS (UNA CORTE DE SILENCIO Y ESTRELLAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora