capítulo tres

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Era lunes de nuevo. Cinco y media de la mañana y Cyno ya estaba despierto, sentado frente a la mesa de la cocina mientras su cabello goteaba y mojaba el suelo. Se encontraba solo de nuevo.

En el exterior estaba diluviando. El agua que descendía con violencia desde su hogar en las oscuras nubes que cubrían el cielo chocaba contra la ventana de la cocina. El universitario no pudo evitar sentirse algo inquieto mientras este sonido le calaba el alma.

—Parece que hoy tendré que pasar la mañana en casa —murmuró, la deslumbrante luz de un rayo forzándolo a entornar sus ojos—. Precisamente hoy tenía bastantes ganas de salir.

Dichas estas palabras, Cyno desvió su mirada de la lluvia y volcó toda su atención en su móvil, la iluminación roja del vídeo que estaba viendo reflejándose en su rostro.

Su hogar era un lugar frío. Completamente vacío, con la calefacción apagada. Una única alma vagaba sin rumbo a lo largo de los pasillos, levantándose cada pocos minutos para ir a un sitio u otro, buscando comida, buscando algo para abrigarse. Haciéndose de un peluche para sentirse acompañado, mientras las letras hacían volar su imaginación.

Una vez hubo escampado, Cyno se puso en pie. Estaba dispuesto a ir a tocar hoy en el centro, incluso si tenía que acabar resguardándose en el interior de cualquier edificio para evitar la lluvia.

El paisaje que podía apreciarse a través de las ventanas del autobús era oscuro, frío. Cyno apoyó su frente contra el cristal empapado, con la guitarra descansando entre sus piernas (porque, efectivamente, había decidido ir sin paraguas).

El sonido de las puertas abriéndose sonaba en cada parada, pero él no prestaba atención. Pensar en el largo y pesado día que le esperaba era más importante que ver cómo gente insignificante en su vida entraba en el autobús.

Fue entonces cuando alguien se sentó frente a él. Por el rabillo del ojo vio a aquella persona cuyo físico ya conocía tan bien, y su corazón dio un brinco al ser consciente de a quién tenía justo frente a él.

Prendas holgadas, cabello negro con zonas teñidas de verde. Era él, era el chico que lo motivaba a seguir tocando la guitarra cada mañana.

Su cuerpo le traicionó. Le temblaron las piernas y se le tensaron lo hombros. El sudor frío le recorrió el rostro. Nunca lo había tenido tan cerca. Y ahora podía apreciar incluso el olor de su perfume...

Estar así durante quién sabe cuánto tiempo fue una tortura. Cyno sentía que iba a morir ahí mismo.

—Tocas muy bien la guitarra —Cyno se asustó ante las inesperadas palabras, aunque un pensamiento le cruzó por la mente de inmediato: “¡qué voz más bonita!”—. Y es agradable verte cada mañana en el centro.

—M-Muchas gracias —aunque se atrevió a despegar su rostro del cristal, su mirada no quiso encontrarse con la de la otra persona.

Se sentía feliz. No solo por el hecho de que la persona que llamaba su atención le había hablado (cosa que, ciertamente, le hacía mucha ilusión), sino por el halago que había recibido.

A la gente no solía importarle su presencia. Cuando ponía algo para que echasen dinero mostraban algo de interés al soltar unas monedas, pero ahora que no tenía nada junto a él, la gente ni siquiera se detenía a mirarlo.

—¿Por qué decidiste comenzar a tocar cada mañana? —Cyno intentó calmar sus nervios. Su voz no le iba a traicionar, definitivamente no.

—Para aminar un poco el ambiente, hacerlo más adragable. Tanto los trabajadores como los estudiantes, cuyos centros de entuencran en el centro, tienen que pasar por ahí. Así que voy para ofrecerles algo de música —sus mejillas adquirieron un tono rojizo. La persona frente a él soltó unas risitas por cada confusión, logrando ponerlo todavía más nervioso.

El verde de mi primavera ♡ CynonariWhere stories live. Discover now