Capítulo 8

1.3K 142 1
                                    

Estaba teniendo su peor día en mucho tiempo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Estaba teniendo su peor día en mucho tiempo.

Caminaba por los pasillos, lagrimeando, empapando sus mejillas. Buscaba del salón de química, era como su lugar seguro en la escuela. Trataba inútilmente de cubrir su rostro con algunos libros. Le resultaba vergonzoso que lo vieran pasearse por allí, llorando como una magdalena.

Cuando por fin pudo llegar, cerró la puerta para apoyarse en ella, y dejar rodar sus lágrimas con libertad, soltando unos cuantos sollozos en el proceso.

—¿Taehyung?

Levantó la mirada, asustándose al darse cuenta que no se encontraba solo. Ahora el Sr Jeon lo había visto llorar. ¿El día podía ir peor?. Ya de por si se sentía la peor persona del mundo, y que otros vieran su desgracia le hacía sentir pequeñito.

—Pro-profesor Je-Jeon, lamentó entrar así, no sa-sabia que u-usted estaría aquí—sollozó más fuerte. Nada podía ser más vergonzoso ahora. Esto definitivamente remataba su día con broche de oro.

Jungkook se levantó de su asiento, yendo hacia donde se encontraba. No tuvo tiempo de siquiera pensarlo cuando lo rodeó con sus brazos, presionando la cabeza contra su pecho, dejando que acallara sus sollozos en él.

No sabía que fuerza del universo lo había impulsado a tal acto humanitario , ni por qué se sentía tan correcto así, sosteniéndolo entre sus brazos.

Solo no quería verlo llorar.

Había notado lo pequeño que se volvía Taehyung al mundo. Como hacía pucheros inconscientes cuando algo no le salía bien, cuando sacaba la punta de su lengua al estar muy concentrado, o cuando daba pequeños aplausos cuando lograba completar un experimento. Cada gesto lo guardaba en su memoria, le parecía sumamente adorable e infantil. Definitivamente el mundo no estaba preparado para Kim Taehyung.

Un pequeño niño que jugaba a ser científico, pero que aún no había encontrado un sentido.

—No tienes que contarme, pero si lo necesitas, puedo escucharte—acaricio su cabeza. El seguía ahí, enterrado en su pecho, aunque el llanto había desaparecido—Después de todo soy tu maestro preferido.

Salió de su escondite para mirarlo—¿Quien dice?—sorbió su nariz.

—Me lo dijiste la semana pasada—rió.

—Debí hacer inhalado alguna sustancia o polvo de dudosa procedencia—hizo un puchero que el profesor solo quería besar. Sacudió su cabeza.

¿Pero que estaba pensado? ¡Es su alumno! Seis años menor que él. Intentó acallar sus pensamientos, que según el, habían pasado la línea.

Pero a esa parte de su subconsciente le gustaba pensar en escenarios así, con él. Y se sentía tan sucio por siquiera imaginarlo.

—Por lo que veo, eres un experto en evadir temas de conversación.

Pequeño DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora