Capítulo 33

722 66 1
                                    

10 años después.

—¿Ya casi llegamos?

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

—¿Ya casi llegamos?

—Si amor, ya casi—Jungkook sonrió por el retrovisor.

Una canción en español se reproducía en la radio, la cual empezó a cantar a todo pulmón desde el asiento trasero. Tartamudeaba las partes que no se sabía y cantaba el coro con todo el aire que almacenaban sus ya cansados pulmones.

Jungkook sonrió.

—¿Cuando aprendiste español?

—Videos de Youtube—contestó con entusiasmo.

—Quisiera tener esa capacidad de absorber todo como una esponja.

—Si puedes, papi.

Jungkook enarcó una ceja, divertido. Cada día su hijo podía sorprenderlo con algo nuevo, y realmente le asustaba todo el conocimiento que puede absorber un niño de tan solo seis años. Era impresionante.

—Si tú lo dices, Jeon Soobin.

Los rascacielos empezaron a ser conocidos para el pelinegro. Ya estaban cerca.

Hace diez años que no volvía a Corea. Se había establecido en Inglaterra, y fue un país realmente y literalmente liberador para él, y claro que no se le pasó por la cabeza volver, no había estado en sus planes, hasta ahora.

Seokjin y Namjoon lo habían visitado en un par de ocasiones junto con la pequeña Jisoo, que ahora era una adolescente. Pero de un tiempo para acá pensó qué tal vez ya era hora de establecerse de nuevo en su país natal, y que su hijo terminara de crecer en la ciudad que lo vio crecer a él. Ahora Corea era diferente, más abierta. Diez años habían hecho una gran diferencia en la sociedad.

Ahora estaba en sus treinta y se sentía pleno. Su hijo fue lo único que necesitó para ser realmente feliz.

—¿Ya casi, papi?

—Ya casi, Soobin—tranquilizó—Estoy seguro que Namjoon y Seokjin estarán encantados de verte. También podrás jugar con Yeontan.

—Me gustan los perritos.

—Ya lo sé.

Pronto divisó el edificio que recordaba se encontraban los aposentos de sus amigos, los cuales a lo largo de los años seguían asentados en ese nidito de amor al cual llamaban hogar.

Bajaron por el estacionamiento subterráneo, parqueando rápidamente el auto y subiendo por el ascensor hasta el último piso. No había avisado de su llegada, y solo esperaba que sus amigos estuvieran en casa. El código era el mismo, en tantos años y aún no lo cambiaban.

Las puertas se abrieron de par en par.

La pareja parecía conversar en el sofá, pero al verlos se pararon rápidamente a recibirlos. Sus rostros eran de total conmoción, sin poder creer lo que veían.

Pequeño DesastreWhere stories live. Discover now