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Un disparo al otro lado me hiela el alma.

Aporreo la madera con los puños cerrados, hasta que me duelen los nudillos. No responde. De mi garganta barbotan descarnadas súplicas que no parecen importar a nadie. Golpeo y araño la puerta hasta que me sangran las uñas, hasta que el dolor me impide seguir escarbando en la madera, en un desesperado y patético intento de llegar hasta él. Ni una respiración, ni un suspiro que alivie mi desazón. Ahí dentro, nada se mueve y yo me siento morir...

Hasta que la puerta cede con un chasquido y se abre con lentitud.

Contengo la respiración, preparada para ser la siguiente.

Pero, en lugar de eso, alguien se asoma al exterior. Está cubierto de sangre, de pies a cabeza. Le resbala por la cara, le empapa la camiseta y salpica sus botas. Quita el cargador de la pistola que sujeta entre los dedos y lo arroja a las zarzas, asegurándose de que nadie volverá a encontrarlo jamás. Me gustaría estrecharlo entre mis brazos, pero algo dentro de mí se niega a creer que siga vivo.

Nuestros ojos se encuentran. Atisbo un miedo irracional en ellos, como ni siquiera vi cuando estaba al borde de la muerte. Y lo entiendo al instante: la sangre no es suya. No sé que acaba de suceder, pero no supone ningún alivio, al contrario.

Tarda en reaccionar, enmudecido por la impresión de los acontecimientos recientes. Y cuando habla, tan sólo masculla con voz temblorosa:

-Ahora sí que estamos bien jodidos.




DESTRUIR & PERDONAR©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora