CAPÍTULO 32: El chico de los ojos dorados

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Quizá esto sea demasiado para mí.

Los jardines están atiborrados de gente elegantemente vestida, charlando en un tono moderado. Mesas repartidas por todo el recinto con manjares exquisitos, viandas en platitos de porcelana. Los camareros, vestidos con chaqué y corbata pasean entre los invitados, ofreciendo todo tipo de bebidas. No hay un sólo detalle fuera de lugar. Tampoco en el gusto con el que han engalanado el ambiente, repleto de pequeñas bombillas que relucen en la opacidad nocturna como colas de libélula, las flores que adornan fuentes y estatuas… y el pequeño broche que hace las veces de invitación.

Es algún tipo de escudo que representa una águila bicéfala sobre una "A" coronada con hojas de acanto y laurel, guarecida por dos flores de lis. Es de plata, una delicada obra de arte. Posiblemente, esta atípica invitación valga más dinero que todas mis pertenencias juntas.

–Cuando me hablaste de una fiesta formal, no me esperaba… esto –murmuro, incapaz de cerrar la boca.

Nick tuerce la boca, en un gesto ambiguo. Quizá se haya acostumbrado a eventos de este calibre y por eso no sepa valorarlos, pero no puede negar que son increíbles. Ahora mismo, entiendo cómo debió sentirse Cenicienta al pisar el Palacio Real.

–Estas fiestas son un rollo –sentencia, sin piedad–. Pero si no acudo, a toda esta sarta de farsantes les parecerá fatal… Y a mis padres también.

–¿Unos padres que obligan a su hijo a salir de fiesta? –me permito bromear–. ¿De qué te quejas? 

–Me alegro de que te gusten más que a mí... 

–¿Por qué?

Sonríe de oreja a oreja y su bonita sonrisa me embelesa. La camisa blanca realza aún más el moreno de su piel y el traje parece hecho a medida para su cuerpo atlético. Hoy sí parece un modelo de revista, y pese a que cruzó la ostentosa verja con cara larga, la tensión de su rostro se ha ido relajado conforme bromeamos sobre tantos lujos y florituras.

–Porque así ya no tendré que volver solo.

Mis mejillas se encienden al escuchar la respuesta. Si acepté la invitación es porque la compañía de Nick siempre me resulta agradable… Y por fastidiar a Wadie, tengo que admitirlo. Pero la verdad es que tampoco me había parado a pensar que sus intenciones al traerme podrían ser diferentes a las de una simple amistad. En realidad, últimamente intento pensar lo menos posible.

Me siento fatal por lo de Tiffany. No dejo de martirizarme por haberle dicho todas esas cosas horribles. Puede que haya cometido errores, puede que ni nos hablemos… Pero fue mi amiga, mi consejera y un hombro donde llorar. Me defendió y ayudó cuando nadie más lo hizo, y sólo por eso, me duele estar en este evento mientras ella ocupa la cama de un hospital… ¡No, Élodie! ¡Basta! ¡Ésta es tu noche! No te amargues…

En el centro del jardín principal hay un cenador octogonal, construído en mármol y madera de caoba. Es tan grande que sirve como palco a la orquesta sinfónica que ameniza la velada. El maestro agita la batuta con soltura, mientras los músicos interpretan un vals de Strauss con gran pericia. Había visto alguna vez en la tele algún despliegue así, pero no me imaginaba que fuera tan impresionante. 

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