CAPÍTULO 2: Navidades en el Infierno

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Las Navidades nunca volvieron a ser las mismas. Una noche como ésta, mi padre y yo subimos a su Ford LTD blanco, con la esperanza de pasar una noche tranquila, lejos de los problemas domésticos. Ninguno regresó a casa esa noche. La Navidad cambió para siempre.

Las pesadillas han vuelto. Cada vez que cierro los ojos, vuelvo a ese momento, a ese lugar. Suena de fondo Holy Diver. Un fuerte impacto, vueltas de campana. El compartimento se llena de agua, pero no puedo moverme. La música sigue sonando. Intento abrir la puerta, pero la presión del agua me lo impide. Zarandeo a mi padre, pero no se mueve. Dio deja de cantar. El nivel del agua sube inexorablemente, inundando el interior del coche...

Y me despierto.

Mi padre no volvió a casa nunca más. Para mí, hubo un antes y un después desde aquel accidente. Su pérdida es una herida que no cicatriza, da igual el paso de los años.

Tan sólo una persona en este mundo supo devolver un pedacito de su veleidoso recuerdo, de un modo apacible y tierno: con su guitarra y sus acordes.

Cada vez que Wadie puntea su guitarra, sucede la magia: da igual si el rock es el género más agresivo y demonizado de la historia, su talento lo convierte en pura pasión. La misma que corría por las venas de mi padre... La caja de los truenos que nunca me atreví a abrir desde su muerte, por miedo a las represalias de mi madre.

No he parado de pensar en ambos ni un sólo segundo.

Desde aquella aciaga noche en que perdí a mi ángel guardian, en el fondo de mi alma reinó la oscuridad. Sólo Wadie consiguió derretir el hielo que me encogía el corazón y lo convirtió en providencial agua dulce, cuando creía que la vida ya no tenía nada que ofrecerme, cuando había perdido la esperanza de volver a ser feliz. Nadie más podría haberlo hecho, porque nadie más es Wadie Mason.

Ningún otro trepará hasta mi ventana, arañandose las manos con rosales, sólo para pedirme perdón de rodillas; ningún otro hombre será capaz de hacerte reír y de iluminar mi vida como él lo hizo, aun cuando una mafia pretendía darle muerte; y ningún otro cometerá la bonita estupidez de pedirme perdón delante de todos mediante una grabación en VHS... y de declararme su amor de un modo tan vehemente como sonrojante.

Decía el gran Oscar Wilde que no amas a alguien por su apariencia, ni por su vestimenta o su lujoso carro, sino porque canta una canción que tan sólo tú puedes escuchar. Y eso es Wadie para mí: un delicioso solo de guitarra, arropado por el pulso de una batería y los ecos de un bajo, que me acompaña a donde quiera que vaya, desde que despierto hasta que me duermo. Una letra escrita sólo para mí, que a veces sueña vivaz y divertida; otras se vuelve rebelde y caótica. Como él, como sus vaivenes emocionales, como su temperamento de guitarrista, como la voz de su alma... Y su alma es mi canción preferida.

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