CAPÍTULO 20: Cambios

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No me he olvidado de la primera vez que pisé este lugar. Mientras avanzo a tientas por el descampado repleto de yonkis y prostitutas, me pregunto cómo fui capaz de venir yo sola hace algo más de un mes. La miseria también da miedo, ver cómo las personas malviven de cualquier modo alrededor de un bidón con fuego, da miedo… Entender que es mucho más fácil terminar así que viviendo bajo un techo decente, y ver que ahora mismo podría ser una de ellos, aún más.

 El brazo de Wadie rodea mis hombros y me protege de las miradas curiosas, aunque dudo que ninguna de estas personas tenga algún interés más allá de ganarse unos centavos o conseguir su dosis de droga. Así de cruel es la marginalidad, y cuando me imagino a Wadie, con mis años o incluso menos, siendo parte de este panorama, algo se quiebra en mi interior.

    –¿Cómo… cómo es que ya estáis de regreso? –titubeo.

Estoy muerta de frío y miedo.

    –Grabamos en un falso directo hace dos días. –Me mira de soslayo y sonríe–. Nos obligaron a firmar un contrato de confidencialidad, así que no podíamos decir a nadie que habíamos ganado…

    Saca las llaves del bolsillo e intenta abrir la puerta. Se le caen dos veces al suelo antes de conseguirlo. Creo que no sólo se debe a la tiritona por culpa del frío, sino a los nervios. Enciende la luz del interior y me cede el paso con caballerosidad.

    La última vez que estuve aquí, entré por la ventana y sin permiso. Es extraño ser una huésped cuando ya conozco cada rincón de este lugar. Irónicamente, no fue entonces sino ahora cuando me siento  como una intrusa.

    –¡Pues bienvenida a mi castillo! –bromea, quitándose la cazadora y las botas para no empapar más el suelo–. Puedes cambiarte en la habitación, si quieres… Y si no tienes ropa, puedo dejarte algo.

    Niego con la cabeza y señalo mi maleta. No sé ni qué ropa he traído conmigo, pero intentaré no ser mayor molestia para él. He conseguido cortar la intensa llantina, pero sé que me derrumbaré de nuevo en cualquier momento, así que evito hablar más de lo necesario. 

    Abro la maleta y rebusco en el interior. Más de la mitad de mis pertenencias se han quedado atrás. En ningún equipaje cabe una vida de recuerdos, y alguien se encargó de destrozar la mayor parte de los míos; encontrar algo de provecho en medio de la catástrofe fue una ardua tarea. Me seco las lágrimas e intento no pensar. Quitarme la ropa mojada es un alivio, aunque se nota que la calefacción en esta vivienda brilla por su ausencia. Mientras me visto con una sudadera limpia y seca, echo un vistazo a mi alrededor. Esta vez, la habitación está igual de limpia y ordenada que el resto de la casa.

    Nada más cruzar el umbral de la puerta, un tejido cálido me envuelve los hombros.

    –Si tienes frío, te traeré otra manta –me dice Wadie, ofreciéndome asiento en el sofá–. Y toma esto: te ayudará a entrar en calor…

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