CAPÍTULO 14: Un giro de guión

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Entre mis recuerdos más tempranos, se encuentran las tardes de pesca con mi padre. Le encantaba pescar. Se sumergía en el río, hasta que el agua le llegaba a los muslos y, desde allí, lanzaba el anzuelo y esperaba con toda la paciencia del mundo. A mí me daba miedo morir ahogada; de hecho, nunca fui capaz de aprender a nadar. Así que él me parecía la persona más valiente del mundo.

Cuando le preguntaba cómo sabía si esa zona del río era peligrosa, me decía: “Siempre hay que tener cuidado con las aguas mansas; de las corrientes peligrosas nos protege el miedo”.

La noche del accidente, el coche cayó al río y poco importó su pericia. Pero la vida me ha demostrado que el mundo es un maremagnum mucho más peligroso que un automóvil sumergiéndose en las profundidades; y que al igual que las corrientes del río, las personas más prudentes son las más peligrosas. 

La vida en Crawling se antojaba sencilla y aburrida cuando nos mudamos. 

Pero presiento que lo sucedido el viernes tan sólo es la punta del iceberg, que ni mi madre ni yo volveremos a ser las mismas…

No había visto a mi madre visitar la peluquería desde que tenía ocho años. Tampoco preocuparse por comprar ropa nueva o desempolvar sus pendientes de perlas. No me preocupa tanto su cambio de actitud como el hecho de que ya no le da miedo caminar sola por la calle y que se olvida de tareas tan básicas como ir a la compra o hacer la comida… ¿Qué demonios ha pasado con la mujer que me enseñó a no sucumbir ante la vanidad y que aseguraba que sólo las mujeres de dudosa reputación usan maquillaje? 

Puede que sepa lo que sucede, pero que prefiera engañarme a mí misma.

No sé con qué derecho se cree Blair Gagnon para comportarse como el hombre de la casa, o si ella le ha cedido tal potestad. Pero el colmo de los colmos es salir por la puerta del instituto y que sea él quien me espera para llevarme a casa. Intenta camelar mi simpatía con elaboradas peroratas sobre lo beneficiosa que es la fe, y a mí sólo me queda aliento para morderme la lengua y no recordarle de la peor forma posible que no es mi padre.

No es de extrañar que a mis vigilias plagadas de traumas se les sume la ansiedad de los últimos acontecimientos. A veces sueño con mi padre, otras veces con el Buitre, y otras… inevitablemente, no llego a tiempo para pagar el rescate de Wadie… y me lo encuentro agonizando sobre un charco de sangre… También sueño con Blair Gagnon y la mujer asesinada… Sueño que mi madre también termina del mismo modo… Sueño con Hazel… y luego me entero de que quien se ha cortado las venas es Tiffany… 

Entonces despierto y soy incapaz de volver a pegar ojo.

Creo que me estoy volviendo loca. O me están volviendo loca, no lo sé.  

Mi único alivio es abrigarme y buscar refugio en el pequeño patio trasero, alejada de los versículos de la Biblia, de los continuos reproches, de los cínicos intentos del pastor por caerme bien. Y aún así, veo a través del cristal de la cocina cómo Gagnon consuela a mi madre, ya que su hija es una macarra y una golfa, y noto cómo me hierve la sangre.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                

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