CAPÍTULO 11: ¡SALVE BAPHOMET!

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Cuando comenzaba a creer que Blair Gagnon sería la persona más gazmoña y emperifollada que vería entrar por esta puerta, suena el timbre y me queda claro que siempre quedan motivos para la sorpresa.

-¡Vaya! Estás... muy elegante.

Intento no mofarme de la desternillante aparición. Pero sucumbo a la risa.

-¡No te burles o aún te dejo aquí plantada! -me amenaza Ferris, con su mejor cara de asesino en serie. Nada más advertir a mi madre al fondo del pasillo, la benignidad regresa a su rostro-. ¡Señora Harper! ¡La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos nosotros!

Ha sonado un poco raro, pero me complace comprobar que no se nota. Está claro que en cuanto se mete el personaje, no hay quien lo desmonte y habla por los codos, poco importa si con sentido o no, pues logra embaucar a cualquiera. Admiro su descaro y su pericia, aunque quizá lo de engominarse el pelo, vestirse pajarita, tirantes rojos, pantalones tobilleros y mocasines con calcetines blancos haya sido demasiado. Hasta se ha puesto un cordón a juego en las patillas de las gafas...

Mi peor temor era que Blair Gagnon se interpusiera en nuestros planes y descubriese la farsa; pero por fortuna, sus propios asuntos nos han concedido una tregua. Ferris se lo pasa en grande mientras cita la Biblia, pero ni siquiera ha consultado el reloj. Falta media hora para que comience el concierto, y tengo al tétrico bajista del Culto a Baphomet en mi salón, hablando de Jesucristo y vestido de Steve Urkel.

Le pego un codazo en las costillas y responde colocando su mano en mi muslo, sin perder el hilo de la conversación. Vuelvo a intentarlo, sacudiendo la pierna sobre la que descansan sus dedos, y su respuesta es deslizarlos arriba un palmo más de lo necesario. Respondo con un fuerte manotazo y agradezco que el mantel de la mesa sea nuestro aliado y amortigüe el sonido.

-¡Oh, se nos hace tarde! -reacciona al fin, e intento no poner los ojos en blanco-. Con su permiso, señora Harper, creo que deberíamos marcharnos... ¡Siempre es un placer charlar con usted!

¡Por fin! Es un alivio salir al exterior y sentir el frío viento azotando nuestras mejillas, mientras nos alejamos por la acera. Nada más doblar la esquina, nuestra idílica imagen de castos devotos se va al garete: me enfrento al sinvergüenza que casi me mete mano delante de mi madre, y él huye como una gallina beata. Echo a correr detrás de él, pero tan sólo me gano una afligida carrera y más rabia acumulada.

-Sólo para que me quede claro -jadeo, apoyando las manos en las caderas-: ¿esa cena que celebra tu familia es real?

Agita enérgicamente la melena y se ayuda de los dedos para desgreñar los hirsutos mechones. Incluso después de desmelenarse a conciencia, sigue más acicalado que de costumbre. Lo intenta de nuevo y me recuerda al ímpetu con el que sacude la cabeza cuando toca el bajo.

-¡Pues claro! -responde en cuando deja de agitarse-. ¿Por qué crees que siempre actuamos los viernes por noche? No me quedo en esa casa ni atado...

-Pues se te da muy bien lo de parecer un tragasantos...

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