CAPÍTULO 18: Idas y venidas

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Si algo define a los punkarras es que somos gente de extremos. Y por ello, pasamos de la eufórica victoria, beber whisky a morro y sentirnos los reyes del mundo... a estar tirados en la cama, con la cabeza dando vueltas, el estómago hecho polvo y la moral por los suelos, mientras el cabecero de la habitación contigua indica que hay alguien que sí se lo está pasando bien.

Hace menos de una hora, perdí la cuenta del alcohol ingerido. O creo que fue hace menos de una hora. Pasé de sentirme como el triunfador de la noche, el líder de un grupo invencible... a estar de un humor insoportable. Todos los que me rodeaban (también mis propios amigos) comenzaron a parecerme tremendamente estúpidos y, por si fuera poco, cada una de sus palabras y acciones comenzaron a molestarme, sin motivo aparente... ¡Fin de la fiesta!

Nos falta una noche para regresar a Fieldcourt, y no cagarla antes de marcharnos me pareció una decisión sensata. Mi padre tenía un nombre para las malas borracheras: "explosiones de mierda"; la ira, frustración, tristeza y ansiedad que puedes almacenar durante años, estalla en una sola hora que el alcohol te nubla el raciocinio. Pues bien: estoy seguro de que esto es una "explosión de mierda"... y un buen momento para dormir la mona en cualquier parte, sin salpicar a nadie.

Me fui directamente a mi cama, abracé la guitarra contra el pecho y cerré los ojos. La cama me daba vueltas, el techo me daba vueltas, yo daba vueltas sobre mí mismo sin despegarme del colchón... Menos mal que cuando la montaña rusa comenzó a ralentizarse, empecé a sentirme menos mareado y menos irascible.

Es un alivio dejar de ser un ariete a punto de embestir contra la puerta de un castillo...

¿Y qué mejor momento para recobrar la serenidad que cuando oigo la puerta abrirse? Jason entra con una chica en brazos, besándola tan apasionadamente que cuesta distinguir de quién es cada extremidad. No es que me importe seguir siendo invisible, pero comienzo a sentirme como un estúpido cuando veo que mi presencia no los ruboriza ni un poquito.

-Seguid como si no estuviera -digo, pero nadie me hace caso-. Yo me marcho...

Temía que esto pudiera suceder. Por experiencia, sé que cuando Jason Cunninghan entra en una habitación con una mujer tan sólo hay dos opciones: marcharse o quedarse a mirar. Y Ferris y Marlon también lo saben, por eso me tocó a mí.

Nuestro grupo funciona como aquella adivinanza que nos enseñaban de niños, en la que un barquero debe atravesar el río con un repollo, una oveja y un lobo. Sólo puede llevar en la barca a uno de ellos en cada viaje, y como es lógico, no puede dejar solos al repollo con la oveja o a la oveja con el lobo.

Jason y yo no podemos compartir una noche entera con Ferris a menos que queramos terminar matándonos. Marlon no quiere dormir con Cunningham porque dice (y tiene razón) que es como un hámster, y que hace de todo a lo largo de la noche... menos dormir, claro. Y a mí me cuesta mucho pillar el sueño durmiendo con Marlon, ya que el volumen de sus ronquidos equivale a los decibelios de un reactor nuclear mal engrasado... Así que hacemos un pacto beneficioso para todos: Marlon se arma de paciencia para aguantar las impertinencias de Ferris; y yo, que tengo bastante facilidad para pasar la noche entera sin dormir, busco cualquier rincón tranquilo donde nuestro libidinoso cantante no me moleste.

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