CAPÍTULO 28: Sustos

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	Me revuelvo entre las mantas, asustada

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Me revuelvo entre las mantas, asustada. Acabo de oír algo en la cocina… O eso creo… ¡No, no me lo he imaginado! ¡Acabo de escucharlo otra vez! Agarro mi arma entre los dedos, dispuesta a actuar ante la menor señal de peligro. Me escondo tras el sofá y gateo por el suelo. Sigo oyendo ruidos extraños. Entre mi atacante y yo,  tan sólo están el mostrador y la puerta abierta de la nevera…

 Me enderezo con cuidado, preparada para golpear a matar, cuando un grito me detiene:

–¡Eh! ¡EH! ¿A dónde vas con eso?

Me llevo una mano al pecho, mientras mi corazón regresa a su sitio. Es la voz de Jason Cunningham. No entiendo qué hace aquí, pero acaba de librarse de una buena. Incluso después de bajar los brazos y dejar la sartén sobre el mostrador, me mira con indignación.

–¿De verdad ibas a pegarme un sartenazo? –me reprocha con el ceño fruncido.

Lleva un chaquetón gris oscuro y un gorro de lana bajo el que asoman mechones rubios. La combinación perfecta para recibir un buen sartenazo antes de que pudiese reconocerle. Hace malabarismos para sostener las muletas y abrir el botellín de cerveza que sostiene entre los dedos. Después de varios intentos, lo consigue. 

–¡Y me dirás que no te lo mereces! –replico, con el susto todavía en el cuerpo–. Ya sé que la confianza da asco… ¿Pero por qué no llamas antes de entrar?

–Lo hice –contesta, señalando los auriculares que llevo colgados al cuello.

Está bien. De noche, la música en los oídos y el sofá no son una buena combinación para permanecer alerta.

–Lo siento –me diculpo, desmayando los hombros–. Aunque sigue sin gustarme lo de que te cueles a gorronear sin antes avisarme… ¿Y si estuviera desnuda?

–¿Sueles andar desnuda por el trailer con el frío que hace? –inquiere con una sonrisa burlona.

–¡No! –Noto cómo me arden las mejillas–. Pero en algún momento del día me ducho, me cambio de ropa y me la quito, ¿sabes?

–Por el bien de Wadie, espero que así sea –se burla, ganándose un tortazo amistoso.

–¡No me hables de él! Estoy muy enfadada.

Le cedo asiento en el sofá y permanezco de brazos cruzados. Siento que escudriña mi rostro y no me gusta.

–¿Y qué ha hecho esta vez? –pregunta, sin abandonar el tono de humor–. ¡Yo no tengo la culpa! Por enfadarte con él, me has plantado durante toda la semana… Solo, triste, abandonado y aburrido. –Niega con la cabeza–. Qué feo, Élodie… Qué feo.

–¡Lo que me enfada es que no ha tenido valor para enfrentarse a mí y tú tampoco! –le espeto, sin ocultar mi resentimiento. Abre la boca, pero no le permito defenderse–: ¿Por qué ninguno de los dos me dijo que Ly actuaría con el Culto? Eso denota una falta de confianza muy grande… y no sé si algún tipo de intención maliciosa, la verdad…

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