CAPÍTULO 34: El fuego de Baphomet

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Alguien batea la puerta con fuerza y estoy a punto de ponerme en pie de un brinco

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Alguien batea la puerta con fuerza y estoy a punto de ponerme en pie de un brinco. Juro por lo bajo, sin coordinación suficiente en la lengua como para saber lo que digo, más allá de sílabas inconexas. Estaba durmiendo tan plácidamente que tengo que limpiarme el hilo de baba que escurre entre mis labios.

–¡Ya voy!

Más golpes. Puta insistencia. Aparto la manta y me desperezo, con la espalda hecha polvo por culpa del sofá; parece mentira que después de un mes durmiendo aquí aún no me haya acostumbrado. Aún llevo la ropa de ayer. Menos mal que decidí quitar las muñequeras de púas  y las botas antes de acostarme…

Me agacho y busco a tientas, sin encender la luz. No sé dónde demonios las habré dejado. Siguen llamando a la puerta. Justo cuando renuncio a calzarme para recibir a la impertinente visita, me tropiezo con ellas y caigo al suelo. Vuelven a llamar.

–¡Ya voy, joder, un momento!

¿Por qué la gente sigue insistiendo cuando les estás diciendo que vas a abrir? Farfullo las palabras más feas que se me vienen a la cabeza mientras me froto el codo que acabo de rozar contra la mesa. Cruzo los escasos metros que me separan de la puerta, sin ni siquiera pasar una mano por mi melena leonina. Al abrir, me quedo atónito.

–¿Señor Mason? Le traigo un paquete.

No sé si Ly se cree graciosa, pero mis ojos van directamente al bulto con el que carga. Es una persona. Un humano al que le cuesta mantenerse en pie. Y aunque la estoy viendo con mis propios ojos, no termino de creer que sea Élodie.

–¿Qué demonios…? –Abro mucho los ojos–. ¿Está… borracha? 

–¡No estoy borracha! –me espeta ella con agresividad, aunque su voz no dice lo mismo–. Ni siquiera terminé la copa…

–¿Cuál… de ellas?

Mi intención no era sonar grosero. Por experiencia, sé que una sola copa no te deja como un guiñapo, incluso si no estás acostumbrado a beber. A ella no le hace ninguna gracia y pega un furioso zarpazo en mi dirección.

–No tiene claro de qué era la copa –me explica Ly, limitándose a impedir que me alcance.

–Estoy por jurar que no era sólo alcohol –opino con preocupación. Me dirijo hacia Élodie–: ¿Estás bien?

Como ella me gira la cara, busco una respuesta en Ly. 

–Ahora podría decirse que tiene la mente lúcida –comenta con optimismo–. Pero tendrías que haberla visto… ¡Si hasta subió al escenario y todo! Cantó Panama de Van Halen delante de un montón de gente vestida de traje…

Panama es una buena canción para entonar durante la embriaguez, ya que el estribillo tan sólo repite una y otra vez el título en bucle. Con lo tímida que es, imaginar a Élodie cantando esa canción delante de tantos estirados es de lo más divertido… y justo cuando mi mirada y la de Ly coinciden, soy incapaz de contener la risa y a ella le pasa lo mismo.

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