CAPÍTULO 19: Hogar, dulce hogar

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De todas las sorpresas que la vida podía depararme, la que menos podía esperar era encontrarme al otro lado del país con el díscolo y desastroso inglesito que ejerció como líder de Crime Project durante mi pertenencia al grupo

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De todas las sorpresas que la vida podía depararme, la que menos podía esperar era encontrarme al otro lado del país con el díscolo y desastroso inglesito que ejerció como líder de Crime Project durante mi pertenencia al grupo. 

Mitchell Kayden, treinta y cinco años de talento y descontrol a sus espaldas, la viva imagen de la montaña rusa que un artista experimenta a lo largo de su vida. El carisma de Jon Bon Jovi, el talento de Jim Morrison, la voz de Joe Cocker, los vicios de Lemmy Kilmister y el pronto más feo e infantiloide de Axl Rose en una misma persona. Un genio cuya inteligencia… lo traicionaba a menudo, en favor de la decadencia.

Lo conocí a través de su mejor amigo,  el primer líder de Crime Project y gran mentor, Vince Spencer. Cuando Kayden lo reemplazó al frente de la formación, creí que todo mejoraría… y en cierto modo, así fue.

Kayden era un músico excepcional, talentoso y visionario. No obstante, sus excentricidades y excesos arrastraban continuamente al grupo hacia las adicciones y una vida salvaje de la que algunos salimos escaldados. Quizá hubiésemos funcionado como grupo, quizá la moderación nos hubiese dado una oportunidad, no lo sé. De cualquier modo, terminamos cada uno dentro de su propio infierno… 

–¡Estaba seguro de que eras tú cuando te vi en pantalla! –comenta, sin idea de lo mucho que echaba de menos esa voz áspera de fumador de habanos–. Pero no esperaba esa melenaza que llevas…

Pese a sus rarezas y arrebatos, tengo que admitir que Kayden estuvo a mi lado incondicionalmente, en los peores momentos. Pese a ser sólo quince años mayor que yo, me protegió como un auténtico padre. Nunca lo olvidaré.

–Tú, sin embargo, has abandonado las hombreras, las lentejuelas y los flecos –observo con jocosidad–. Sabia decisión…

En las épocas del glam metal más andrógino, Kayden se teñía de rubio platino y llevaba el cabello largo y desgreñado hasta la cintura, los labios pintados de rojo y la raya siempre bien hecha. Ahora luce una melena más discreta, los brazos tatuados y una incipiente barba que no le queda nada mal. Ha abandonado el maquillaje, las mallas de estampados y los abrigos esperpénticos con plumachos colgando, pero las mechas rubias siguen siendo su pasión.

–¡Oh, cállate! –me espeta con una sonrisa traviesa, mientras enciende un cigarrillo–. ¡Mueve tu culo gótico y acércame el cenicero! 

–¡No soy gótico, tarugo! –replico sonriente, y mis amigos intentan cizañar entre ambos ululando por lo bajinis–. ¿Es que no reconoces las botas?

¡Menos mal que este pub de Fieldcount ha visto gente mucho más zafia y comportamientos mucho más ominosos! Me incorporo, estiro la pierna y apoyo la bota en la mesa. Marlon aparta su botellín de cerveza a tiempo, pero el de Ferris rueda por la mesa y la cerveza se derrama por los pantalones. Se pone en pie de un salto y comienza a blasfemar. Kayden ignora el desastre y pega la nariz a la bota, examinando cada centímetro de la misma.

DESTRUIR & PERDONAR©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora