CAPÍTULO 42: Escondido

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Las grandes hazañas marcan un antes y un después en la historia

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Las grandes hazañas marcan un antes y un después en la historia. 

Mil novecientos noventa años después de la muerte de Cristo. Doscientos años desde la toma de la Bastilla. Setenta y dos años desde la muerte de los últimos zares rusos. Doscientos catorce años desde la Declaración de la Independencia… y dos semanas, tres horas y veinticinco minutos después de que Wadie Mason retransmitiera en directo, ante todo Estados Unidos, la confesión del hombre oculto tras la leyenda más temida del último siglo: el Buitre.

Ahora a Lucien Adamy también lo busca la policía, los jefes de otras mafias, cazarrecompensas y puede que sus antiguos socios. De McKenzie, Conley y Broderick no hay ni rastro, se los ha tragado la tierra. El único que por fin está entre rejas es Marcus Bacon; o al menos, lo estará hasta que su pudiente padre pague la fianza. Casi podría decirse que cada uno de los implicados en este embrollo tienen los mismos frentes abiertos… aunque a nivel oficial, no es difícil imaginar quién lleva las de perder.

He intentado por todos los medios hablar con Caitlyn Jordan. Sigo creyendo que es una mujer justa y cerebral, pero lo que no me queda claro es si está de nuestro lado. Ly ha intentado convencerla para que retire la orden de busca y captura que pesa sobre Wadie, pero se niega. Se niega a recapacitar, se niega a escuchar a su hija y se niega a hablar conmigo. 

Me importa muy poco si esperar a una inspectora de la policía en la puerta de su casa durante horas no es la mejor idea del mundo. No pienso moverme de aquí hasta que me escuche. Ya tuve una madre que, durante años, cada vez que quería verme desistir, me castigaba con silencio. Caitlyn Jordan no va a hacer lo mismo.

–¿Qué haces aquí? –me pregunta, nada más bajar de su coche.

Llueve a cántaros. Me refugio bajo un paraguas maltrecho y un chubasquero tres tallas más grande de lo necesario; posiblemente, ambas sean herencias del padre de Wadie. Pese a que la lluvia no roza mi piel, estoy calada hasta los huesos y tirito sin control. 

–¡Usted me dijo que estaban cerca de atrapar al Buitre! –la acuso y la rabia habla en mi nombre–: ¿Por qué no lo hace de una vez y deja de perseguir a Wadie? ¡Sabe perfectamente quién es el villano en esta historia!

Caitlyn ajusta la almohadilla de las gafas sobre su fina nariz y resopla. Vestida de calle, con una falda clásica hasta las rodillas, botas de invierno y una gabardina de color arena, se parece mucho más a una madre soltera, agotada por una hija adolescente y problemática, que a un cargo importante dentro de la policía. De hecho, en un primer vistazo, da la impresión de haber cambiado su discreta sombra de ojos por un oscuro ahumado como los que suele lucir su hija; pero no, son ojeras. A pesar de su corazón de piedra, todo esto también la perturba.

–Por favor, entra –me pide con tono maternal–. Vas a enfermar si sigues aquí fuera.

Me abre la puerta de su casa, pero no me muevo. No quiero su indulgencia, quiero soluciones.

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