CAPÍTULO 23: Apariencia y realidad

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Abro los ojos con lentitud. Ya es de noche. La bombilla que pende sobre mi cabeza chisporrotea varias veces. Una sombra se proyecta a través de las cortinas y el corazón se me encoge. Pego un salto y me armo con la escoba, preparada para defenderme. La puerta se abre con un chasquido.

–Tranquila, soy yo –me dice Wadie, y el oxígeno regresa a mis pulmones.

Ni siquiera se da cuenta de que sigo con el palo de la escoba en ristre. Se quita las pesadas botas y las arroja a un lado. Parece tan cansado que le cuesta seguir con los ojos abiertos. Aún así, se esfuerza por sonreír mientras se quita la cazadora y la cuelga de cualquier manera en el perchero; no hay mayor evidencia de que las cosas no marchan bien, pues habitualmente es cuidadoso y ordenado. Cuando se deja caer en el sofá, a mi lado, mira con interés los auriculares que aún llevo puestos. Me los quito apresuradamente, aunque hace rato que la cinta se terminó.

–Me quedé dormida mientras leía –le explico, encontrando el Decamerón de Boccaccio bajo mi trasero–. ¿Qué tal tu tarde?

Desmaya la cabeza contra el mullido tapizado y suspira.

–No sabría que decir… Ha sido un día extraño –confiesa con pesimismo, y como si temiera que indague más sobre el asunto, desvía su atención hacia mi walkman–. ¿Qué escuchas?

–Ah… es… es verdad –titubeo, un poco azorada–. Cogí… un par de cintas de las que tienes en la habitación… Lo siento, tendría que haberte pedido permiso.

Las he escuchado durante mis períodos de soledad y he descubierto un montón de música nueva. Tiene una colección impresionante de cassettes, una nutrida variedad más allá del heavy metal. Pet Shop Boys, Rolling Stones, The Beach Boys, Siouxsie and the Banshees, The Cramps, Robert Palmer, Cutting Crew, Duran Duran… La mayor parte de los artistas de nuestra época… y no he podido resistirme.

–¿Es “Frontiers” de Journey? –pregunta, mirando a través del cristal del walkman, y dibuja una sonrisa triste que no puedo ignorar 

–Sí… Pero si no te parece bien…

Me silencia, posando sus labios en los míos.

–Si te gusta, puedes quedarte con ella –dice, y su aliento me acaricia los labios–. Puedes quedarte con todas las que quieras.

Mis dedos encuentran los mechones ensortijados de su cabello y se enredan en ellos. Son mucho más dóciles y flexibles de lo que podrían aparentar en un primer vistazo. Su semblante, en cambio, está mucho más mustio que de costumbre.

–¿Qué sucede? –inquiero, sin sacarle ojo.

–Esta fase será un desastre –asegura con pesimismo–. No me siento cómodo con este tema, es el estilo de Jason, no el mío… Y tampoco nos queda tiempo para preparar otra canción.

Aparto con suavidad su larga melena y masajeo la zona alta de sus hombros con movimientos circulares. No soy una gran experta, pero noto los músculos relajarse bajo mis dedos. Gime por lo bajo, confirmando mi buen hacer, y un escalofrío de placer me recorre de pies a cabeza al escuchar ese sonido.

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