CAPÍTULO 49: Aguas mansas

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	–¿Estás seguro?

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–¿Estás seguro?

Es la quinta vez que se quita las gafas y me mira de ese modo. No pierde la esperanza. Le permitiré que insista una vez más, a ver si admite que tenía razón sobre el matadero y honra el motivo de mi desobediencia. O, en un caso extraordinario que de momento tan sólo existe en mi mente, a ver si reconoce que no le caigo tan mal y que está preocupada por mí. Porque lo está, aunque no vaya a perdonarme nunca por haberme acostado con su hija.

–Colaborar con la policía te traerá problemas –insiste Caitlyn Jordan una vez más–. Lo sabes, ¿no?

–Claro que lo sé –respondo y sonrío–: Pero no necesito su ayuda. Me las arreglaré solo, como siempre.

Sus ojos verdes me radiografían, en busca de algún signo de temor que no existe.

–No puedes seguir vendiendo droga después de delatar a una red de narcotráfico. ¿Qué piensas hacer a partir de ahora?

–Pues… quizá quede alguna iglesia donde mendigar. Quizá alguien crea que Baphomet merece limosna.

La desesperación vuelca sus ojos. Hacer lo correcto no significa renunciar a ser quien soy. No hasta que vea con mis propios ojos cómo la justicia pone en su lugar a los violadores de Hazel. Hasta entonces, no habrá  un nuevo comienzo. No voy a esconderme tras la protección que la policía pueda ofrecerme. Ya basta de huir.

–¿Seguimos sin noticias de Oliver McKenzie? –pregunto.

–No está entre las víctimas –responde Caitlyn, y creo que comienza a dar la batalla por perdida–. Tampoco hay motivos para creer que murió en ese incendio… Debes andarte con ojo.

Ahora, el que pone los ojos en blanco, soy yo. Pues claro que no está muerto, es un experto en huir, del mismo modo que puede serlo el Buitre. Toca volver a empezar, volver a rastrear sus pasos y descubrir dónde se ocultan ese par de indeseables. Les sobra dinero y poder para esfumarse… o eso creen. Hace meses, encontré al Buitre en Auburn Hills sin la ayuda de la policía… Y volveré a hacerlo.

–La policía vuelve a estar tan lejos del Buitre como al principio –reconoce la inspectora, y su voz suena repleta de entereza–, lo que no significa que él lo esté de nosotros…

Sacudo la cabeza.

–Sé a dónde quiere llegar, inspectora, y le repito lo mismo…

–Ir tras sus pasos es una estupidez –me ataja, como si leyera mis pensamientos–: ¡No lo hagas! ¡Nosotros lo encontraremos! No puedes basar tu vida en la búsqueda de venganza…

Creo haber mencionado ya que no soy un buen mentiroso. Frunzo los labios y asiento con la cabeza, pero su hondo resoplido me indica que no se fía de mí.

–No es venganza, inspectora –dejo claro–. Es justicia. Y nada me detendrá hasta que Hazel descanse en paz…

Vuelta a empezar. Esta conversación no termina nunca.

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