Especial: Misión posible

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Julián arrastra una banqueta contra la mesada de la cocina y sube con ayuda del envión de las manijas de los cajones. Del horno eléctrico sabe que no puede tocar ninguna perilla así que lo descarta. Mira un rato los frascos de cereales y las frutas apiladas en la frutera de vidrio. Después levanta la cabeza hacia las puertas de la alacena y mide la distancia. De fondo alcanza a escuchar las voces de sus padres que conversan vaya a saber de qué, pero como no le están hablando a él entonces se apresura a subir una pierna a la mesada, abrir la puerta de la alacena y sacar la caja de cereales de colores que descubrió son sus favoritos. Vuelca una gran cantidad en un bol de plástico y algunos caen desparramados. Esos también los come. Después guarda la caja en el mismo lugar y descubre un frasquito con caramelos masticables. Mira hacia atrás, como quien debe cuidarse las espaldas, y de tan solo tres movimientos agarra un caramelo, lo desenvuelve y se lo come. El envoltorio lo guarda en el bolsillo del pantalón pijama para que no haya evidencias y, después de terminar de masticar, sale con su bol de cereales a cuesta.

—¿A vos cuál te gusta más? ¿Ésta o ésta? —cuando Julián llega a la habitación de sus padres que siempre dejan la puerta abierta, se reencuentra con Luján sentada de piernas cruzadas en el centro de la cama y con Agustín parado enfrente solo vestido con una camisa celeste que le llega hasta mitad de las piernas y exhibiendo dos corbatas.

—La negra te va a combinar más con la camisa —dice Luján. Tarda tres segundos en percatarse de la presencia de Julián y acaricia su cabeza cuando él pasa por entre medio para sentarse en el puf que hay junto a la ventana.

—Parezco un chofer de colectivo, amor.

—¿Y para qué me preguntas? —le recrimina después de reír—. Ponete cualquiera, da igual. Nadie te va a estar mirando a vos.

—Soy el jefe de la planta y tengo que hablar frente a todos. Obvio que me van a estar mirando —su preocupación es real porque se mira al espejo de pared y apoya los distintos modelos de corbatas intentando encontrar la que sea ideal—. ¿Por qué Peter sigue haciendo éstas reuniones si a nadie le gustan?

—Porque es el jefe y es lo que hacen los jefes. Cambiate la camisa, ponete una blanca —y después voltea hacia Julián—. ¿Vos estuviste comiendo caramelos? —a lo que Julián queda tieso, con la boca abierta y los cereales en el puño a medio camino.

—Pero comí todo el brócoli de la cena —dice él con la necesidad de justificarse y cuando Luján le guiña el ojo después de reír, sabe que no existe tal gravedad.

—Capaz no lo sabías, Juli, pero mamá en su vida anterior fue un labrador —bromea Agustín haciendo alución a su olfato. Lo aclaro por las dudas que no hayan entendido—. Chempion, ¿a vos qué corbata te gusta más con ésta camisa?

—Esa —levanta un pie para señalarle la gris.

—Listo, no se diga más —y tira el resto de la ropa—. Voy a pedir un aumento de sueldo solo por hacernos perder tiempo en esto. Bueno, ¿qué hacemos ahora? ¿A qué jugamos? ¿Quién quiere un torneo de metegol? —levanta los dos brazos y Julián uno solo porque con el otro sostiene el bol.

—Son las diez y media de la noche, Agustín. Hay que dormir, mañana tiene clases.

—Pero un ratito... —e incluye un puchero.

—Al final es verdad eso que dicen que tu marido se convierte en tu otro hijo. Y no me hagas quedar como la policía —lo apunta con un dedo y él bufa.

—Tiene razón, mamá, Juli. Hay que dormir.

—¿Podemos llevar el metegol para jugar con mis amigos en mi cumpleaños? —pregunta a medida que se levanta con ayuda de Agustín que lo toma de una mano.

TREINTA DÍAS - 2Onde histórias criam vida. Descubra agora