Especial: Treinta días de vacaciones

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Oh, qué lindas las vacaciones de verano. El calorcito, la ropa suelta, la huída de la ciudad, el ruido de las valijas arrastrándose por alguna terminal, el viaje tranquilo, la llegada a ese nuevo rincón que será tu hospedaje, una cama de dos plazas para compartir, un cartel escrito a mano por el dueño del departamento dándoles la bienvenida junto a un par de bomboncitos de chocolate que ya te comiste, una heladera vacía que habrá que llenar, un balcón desde donde podés ver el mar, la comida fresca, la caminata en ojotas y pareo, los pies hundiéndose en la arena blanca, el viento golpeándoles en la cara, las olas que te arrastran, los abrazos por debajo del agua, el protector solar para protegerte de los rayos y el silencio. Nada más fantástico que el silencio. Ese que hay que recuperar luego de tantos meses absorbidos por el trabajo. Entonces te acomodás el costado de la malla que se te incrusta en la cola, te recostas boca arriba sobre la reposera, chequeas que del otro lado tu compañero haga lo mismo casi al mismo tiempo, como si tantos años de relación los hubiera entrenado para cronometrar los movimientos, te clavas los anteojos de sol, levantas la cabeza enfocándote en el cielo despejado y sonreís. Sonreís hasta que algo sin precedencia te hace sombra eclipsándote la cara, un par de gotitas caen en tu frente y el silencio es interrumpido por un montón de gritos agudos de los que reconocés de las gargantas que provienen. Entonces abrís los ojos y no solo te das cuenta que ese descanso playero había sido producto de tu imaginación sino que también hay una gotera en tu habitación. Te refregas los ojos y chequeas que en el techo no hay ninguna mancha de humedad. Pero siguen los gritos. Ay, esos gritos que nunca cesan aún siendo las... ¡ocho de la mañana! ¿De dónde sacan la energía para jugar desde tan temprano? Tenés que hacer un poco de fuerza para deshacerte del brazo de tu marido que cae muerto sobre tu cuerpo, y ante su expresión dormida podes darte cuenta que su sueño de vacacionar en la playa sigue intacto en su inconsciente. Pero apenas te moves para levantarte, él también se mueve porque con los años se volvió más sensible a despertar ante cualquier mínimo ruido o sacudón. Vos solo te acercas a la ventana semi abierta –con esos pelos de recién levantada que menos mal que ya nos acostumbramos porque, mamita querida, el peine de solo verlos ya quiere arrancarse los dientes–, y al asomar medio cuerpo podés ver que allá en lo bajo, en el patio de la planta baja, están jugando esos cuatro cuerpecitos de diferentes tamaños con sus mallas de verano, la pelopincho cargada de agua y la manguera que es revoleada por la mayor de los cuatro.

−¿Todo bien? –la voz rasposa de él te vuelve a la realidad. Cuando giras unos grados, lo encontrás todavía acostado, estirando los brazos y las piernas por debajo del cubrecama.

−Me desperté porque pensé que había una gotera.

−¿En serio? –y él abre grande los ojos para, rápidamente, buscar el agujero en el techo.

−Tranquilo, plomero. Solo era tu sobrina mayor revoleando la manguera, y qué tanto la habrá revoleado que el agua llegó hasta acá... −encaminas al baño arrastrando los pies descalzos previo a fruncir los hombros, cerrar los ojos y presionar los dientes cuando escuchas un alarido que te dolió en los tímpanos. Luego muchas carcajadas y un golpe seco de algo que cayó (ojalá no haya sido ningún niño)– ¿Me volvés a recordar cuántos días faltan para que arranque la colonia?

−Treinta.

−Felices vacaciones, papá –y se pierde tras la puerta del cuarto de baño. Oh, que lindas las vacaciones de verano. Dijo nadie nunca que tuviese dinero para ir a la playa, que debe trabajar soportando las altas temperaturas de la ciudad y que además tiene hijos y sobrinos a los cuales la colonia de vacaciones decidió atrasar un mes su inicio. Bienvenidos otra vez, personajes. La autora ya los estaba extrañando. ¡Y qué arranquen éstas vacaciones de verano!

Lali termina de lavarse la cara con jabón blanco mientras Peter, parado detrás de ella, se lava los dientes con el dentífrico que se le escapa por algunos costados de la boca. Ésta vez no encienden el equipo de música porque es suficiente con esas cuatro voces que se mezclan en conversaciones y gritos. La voz de Bruna se impone de un grito ante su hermano que después le grita que lo deje en paz porque no es quién para decirle lo que tiene que hacer, y a ellos dos se les escapa una risa ya secándose con las toallas correspondientes. Es que lo imaginan con sus cejas fruncidas, los ojos chinos y la boca en trompa, y siempre es difícil mantener la seriedad ante todas esas gestualidades juntas. La puerta de la habitación de Bruna está semi-abierta y pueden verse los colchones en donde ella y Rufina hicieron su pijama party. En el hall pequeño hay varios juguetes desperramados entre pelotas, muñecos y camiones, y Santino dejó la puerta abierta de su cuarto así que Lali se detiene un segundo a observar y preguntar como una criatura de cuatro años y otra de dos pudieron ser capaces de armar toboganes con los colchones y almohadones, y casi reventar la habitación como si hubieran detonado el baúl de juguetes.

TREINTA DÍAS - 2Where stories live. Discover now