Día doce: Contra(di)cciones

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El lunes se despertó nublado y lluvioso, y en el cementerio del barrio de Chacarita todo luce perfectamente ideal para filmar alguna escena de telenovela de las diez de la noche o de una película de género policial. Pero no. Seis hombres vestidos formalmente trasladan un ataúd hasta el lugar seleccionado por el familiar del fallecido para ser enterrado. Una caravana de personas lo siguen, algunos cabizbajos, otros enganchados del brazo para compartir la tristeza, y los restantes con las manos en los bolsillos prefiriendo la soledad. Entre todos ellos también están Victorio, Peter y Máximo que caminan a la par siguiendo al malón y sin hacer comentarios fuera de lugar.

−Te diste cuenta la contradicción de la vida, ¿no? –pregunta en un susurra Victorio luciendo anteojos negros y en el medio de sus amigos. El ataúd está próximo a ser depositado en el hoyo rectangular mientras los demás oyen la pequeña misa de despedida– ayer estábamos festejando un casamiento y ahora estamos en un velorio.

−¿Lo ven a mi viejo? –pregunta Máximo espiando entre los demás.

−No creo que venga teniendo en cuenta que lo odiaba.

−Mi viejo y Juan eran muy amigos.

−Estamos en el velorio de Cristóbal, Máximo –le aclara el detalle que aparentemente nunca entendió.

−¿Se murió Cristóbal? –dice un poco sorprendido y Victorio tiene que bajar la cabeza para esconder la risa– ah, entonces está bien muerto. Flor de sorete, cagó a todo el mundo –así, sin escrúpulos.

−Su familia debe estar muy agradecida que estés acá –Peter es irónico y Máximo sube un hombro cual niño de cinco años– mi papá también tendría que estar teniendo en cuenta que trabajaron juntos desde que se inauguró la editorial, pero cuando a la mañana lo llamé para avisarle, su respuesta fue: manda mis condolencias y decí que estoy de vacaciones en Tailandia.

−Bueno, creo que eso explica un montón el por qué la mujer y los hijos no lo están llorando –Victorio les llama la atención a los tres que están del otro lado. Mientras la señora mira cansada al cura porque quiere que todo finalice, uno de los hijos manda mensajes por teléfono y el otro escucha música con los auriculares– y así cambiando un poco de tema. ¿Por qué no fuiste a mi casamiento?

−Porque no me invitaste –le responde Máximo sin mirarlo.

−¿Cómo que no te invité? Sí te invité.

−No –y Victorio mira rápido a Peter para buscar una aprobación.

−A pesar de que a Máximo lo contraté para que se sume al equipo al mismo tiempo que ustedes, se sumó mucho más tarde –Peter explica– cuando vos repartiste las invitaciones, él todavía no estaba en el grupo.

−Pero podrías haber venido igual.

−¿Y cómo iba a saberlo si nunca me lo dijiste?

−¿Y cómo iba a saberlo yo si vos nunca me lo aclaraste? –Vico medio que se exaspera y levanta la voz llamando la atención de un par de familiares del difunto. Tiene que pedir disculpas con una sonrisa pequeña y un gesto manual– hablaba todo el tiempo de mi casamiento, organizaste mi despedida de soltero y nunca me interrumpiste para preguntarme sobre tu invitación.

−Quizás no querías invitarme. Tampoco estabas obligado, Vico... y tampoco fue algo que no me haya dejado dormir.

−Sos un gran amigo, la verdad –usa todo su sarcasmo y le palmea el hombro.

−¿Puedo hacerte una pregunta que me está desconcertando desde que te vi? –lo interrumpe Peter– ¿Por qué traes anteojos de sol si está nublado?

TREINTA DÍAS - 2Where stories live. Discover now