Día catorce: Mensajes

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Lali está cebándose mates parada frente a la mesada en bombacha y sólo vestida con una remera que le queda grande. Al lado de la pava eléctrica, entre el platito con tostadas y la azucarera, está su celular con la ventana de un chat abierta en donde erupcionan mensajes. Ella los lee –entre comillas– de reojo y con la bombilla entre los labios. Es que está demasiado cansada como para prestar atención. Peter la sorprende por atrás al saludarla con un beso en la cabeza y ella le sonríe sin decirle nada. Porque a veces no hace falta. Él abre la heladera en busca de su fruta diaria y ella unta dulce de leche en una de las tostadas.

−¿Qué es ese ruido? –le pregunta él después de que un sonido particular le llamó la atención.

−Mi teléfono –y hace ruido con la bombilla– es el rigtone que uso en el trabajo y me olvidé de cambiarlo.

−Te están atacando a mensajes –le dice al pasar y espiar el celular. Cruza al otro extremo de la mesada con una banana en mano y de la alacena baja un vaso plástico para servirse jugo.

−Lo sé pero si lo ignoro parece que nadie me está aturdiendo –y él esboza una risa– tenemos que acompañar a Candela a comprarse ropa para la luna de miel.

−¿Te conté que el otro día Vico me dijo que tenía pensado invitarnos a nosotros a su luna de miel? –y ella casi se atraganta con la yerba.

−¿En serio?

−Sí –y tira la cáscara de banana al cesto.

−¿Y por qué hablaste en pasado?

−En realidad nunca supe si era real la propuesta pero le hice un par de jodas, él se enojó y me dijo que iba a suspender nuestros pasajes –le cuenta muy tranquilo, así como es él siempre, pero ella lo está mirando seriamente, sin demostración de afecto alguno– quizá era mentira, La...

−¿Y si era verdad? ¿Me perdí un viaje porque le hiciste una broma estúpida al novio? –pero él se ríe muy matutino– no te puedo dejar solo un minuto que ya me arruinas las vacaciones.

−Bueno, si querés elegí el destino de nuestras próximas vacaciones –sentencia y ella lo mira de reojo con media tostada en la boca.

−¿Sí? –él asiente– bueno... bueno, lo voy a pensar –pero Peter se muerde el labio porque no sabe hacerse la difícil– me voy a ir porque en breve revoleo el teléfono a la mierda. ¿Hoy vas a la Editorial?

−No, me quedo en casa. Después viene Victorio...

−Buenísimo. Que tengas un lindo día, cualquier cosa mandame un mensaje –y le da un beso cortito en la boca.

−Lo mismo digo –y la ve agarrar el celular, bloquear la pantalla, guardarlo en la cartera que estaba en la isla y colgársela al hombro– Lali... −la llama antes de que cruce la arcada.

−¿Qué?

−¿Estás imponiendo moda? –le pregunta sarcástico. Ella se mira y claro: está descalza, en bombacha y con su remerón de dormir.

−¿Ves por qué sos la pareja ideal? –y se fue trotando hasta la habitación en el primer piso.

A la mañana temprano apenas Lali despertó, lo primero que hizo fue mandarle un mensaje a su jefa para decirle que quería pedirse el día porque se sentía mal. Lo segundo que hizo fue contactarse con Candela para corroborar que la salida pautada no se había pinchado. Antes de que Lali salga de la casa, Peter la llama desde el sillón en el que estaba leyendo un libro y le tira las llaves del auto que ella ataja en el aire con una sonrisa de agradecimiento. Así que al mismo tiempo que sube al auto, le manda un audio a sus amigas para avisarles que las esperen en la puerta porque tienen transporte. Candela sale de su casa bastante atolondrada porque está hablando por teléfono. Cuando cae sobre el asiento de copiloto y corta la llamada, expulsa toda la bronca hacia sus clientes que le cambian las visitas a último momento y ella tiene que modificar la agenda que programa con antelación durante los fines de semana. Cuando estaciona el auto frente al edificio que vive Eugenia, le manda un mensaje. Diez minutos después, ella baja con un mameluco de jirafa que en realidad es un pijama que está a la última moda y le regaló su madre cuando cumplió el tercer mes de embarazo. Lleva la capucha puesta y zapatillas de lona. Las dos la observan con los ojos un poco achinados o las cejas enarcadas, e incluso la espían por el espejo retrovisor cuando sube al asiento trasero y se acomoda perfectamente en el medio para poder visualizarlas a ambas.

TREINTA DÍAS - 2Where stories live. Discover now