Día dieciséis: Solos y solas

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Peter termina de lavarse los dientes con el pelo húmedo y la toalla anudada a la cintura. Una voz murmulla en el aire que en realidad proviene del celular que está a un costado del lavabo. Lava el cepillo, hace buches, escupe el agua sucia, cierra el grifo, se lava las manos, agarra el celular y cruza a la habitación vacía que tiene la cama distendida.

−¿Terminaste? –pregunta cuando escucha que del otro lado de la línea expulsaron un suspiro que equivalía a un supuesto punto final.

−Si querés la sigo –del ese otro lado está Agustín cebándose mates en la cocina de su monoambiente.

−La respuesta va a seguir siendo no –sentencia mientras se cambia con la ropa que dejó preparada la noche anterior en un pequeño silloncito.

−¿Por qué? ¿Por qué sos así? –y lo hace reír porque lo imagina con los ojos achinados hablándole enojado a una pared– supuestamente sos mi amigo y también el director de la empresa.

−¿Y solo por eso tengo que acceder a que toda la empresa caiga en mi casa para festejar el cumpleaños de un empleado? –pregunta retóricamente mientras se calza los zapatos negros.

−No es cualquier empleado, es Thiago.

−Y ya es lo suficientemente grande como para organizar sus propios festejos –le dice y Agustín revolea los ojos con la bombilla de su mate entre los labios– usa tu casa.

−Vivo en un cuadrado –y lo hace expulsar una carcajada– vos vivís en una mansión.

−No exageres –lo interrumpe. Sale de la habitación y cruza el pasillo hasta llegar a las escaleras.

−Bueno, en una pseudo-mansión. Pero todos los que tenemos que ir, entramos. Solo tenés que poner la casa, Peter. No seas amargo.

−Me lo volvés a pedir y te corto –lo amenaza mientras desciende las escaleras.

−¿Qué pasó? ¿No tuviste una alegría en éstas doce horas?

−La alegría la voy a tener cuando llegue a la oficina y te escupa en la cara –pero Agustín se ríe al bordear la barra desayunadora que divide la cocina de su pequeño living– ¿Desde cuándo sos el organizador oficial de los cumpleaños de tus compañeros de trabajo? ¿No te alcanza con ya ser el de juegos mensuales? –y cuando llega a la cocina, Lali está sentada en una banqueta alta desayunando cereales con leche y leyendo un artículo periodístico desde la tablet. Él le da un beso en la cabeza y le hace un mimo en el brazo. Ella le sonríe y le señala el café y las tostadas que ya le había preparado.

−Con el equipo de trabajo que me tocó a lo único que puedo jugar es a ver quién alcanza primero la escala de plomómetro –e inventa una palabra hermosa– decí que trabajan muy bien y son buenos en lo que hacen, pero no sirven ni para reírse.

−Te siento con abstinencia de apuestas, ¿puede ser? –acomoda todo su desayuno en diagonal a Lali y se sienta en la otra banqueta alta.

−¡Deja de romper las pelotas, Agustín! –le grita Lali desde su lugar porque deduce rápido que es él el que está del otro lado de la línea.

−Preguntale a Lali qué piensa –le ordena– ella seguro está de acuerdo... –entonces Peter toma aire y se saca el teléfono de la oreja para dejarlo colgando en el aire.

−Agustín quiere festejar el cumpleaños de Thiago acá en nuestra casa.

−¿Chupó kerosene? –y él sonríe con el pecho cargado de victoria.

−¿La escuchaste? –le vuelve a preguntar al tubo inalámbrico.

−Ya la tuviste que contagiar. Le dije que mucho tiempo con vos le iba a hacer perder la chispa –y se resigna al cien por ciento– ¿Entonces?

TREINTA DÍAS - 2Where stories live. Discover now