Prólogo: Lo que no supimos

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Peter arrastra sus zapatillas por las baldosas luminosas e impolutas del aeropuerto y en una mano lleva una botella de gaseosa mientras que en la otra sostiene el celular y una caja de confites. Eugenia está sentada en una de las tantas sillas con las piernas cruzadas y chequeando alguna red social. El pelo lo tiene un poco más largo que la última vez y atado en una cola de caballo que le cae por la espalda. Levanta la cabeza cuando ve que Peter le extiende la caja de confites y cae sentado a su lado.

−Gracias –y antes de terminar de hablar, abrió la caja.

−Voy a tener que hacer una cuenta con todas las golosinas que me encargaste en éste último tiempo.

−Hacela, ya sabes que no pienso devolverte un peso –habla con la boca llena, sube un hombro y lo ve esbozar una risa. Peter esconde las manos en los bolsillos de su pantalón de jean gastado y se inclina hacia atrás para descansar la espalda en el respaldo. También luce una chomba azul marino y el pelo lo tiene muchísimo más corto porque la última moda de la temporada fue el rapado y ya le creció algunos milímetros.

−Está retrasado el vuelo.

−Sí, acabo de escuchar –y una pausa, de las eternas. Ambos miran deambular a la gente que arrastra consigo valijas y bolsos. Después de dieciséis segundos exactos, Eugenia mira de reojo a Peter al mismo tiempo que se lleva un confite a la boca– no se va a enterar, ¿no? –y él la mira.

−No se va a enterar porque no le vamos a contar.

−¿Te pensás que nunca se va a dar cuenta? –pero antes que él quiera abrir la boca, ella lo interrumpe– es Lali, pestañeas impar y ya percibe que algo le estás ocultando.

−Bueno, entonces empezá hablando vos –le tira todas las mochilas pesadas y ella se muerde la lengua– ¿Sabes el escándalo que voy a tener que soportar?

−Yo no tengo la culpa de que te hayas enamorado de ella –y él revolea los ojos– y me encantaría mentirle pero sabes que no puedo.

−¿Por qué?

−Soy su amiga, me conoce y sabe cuando le miento. Igual, ahora que estoy pensando sos bastante flojo, eh. A la primera de cambio ya querés mentirle... no sé si estás comportándote como el candidato ideal.

−No le quiero mentir pero tampoco quiero figurar en el Guiness por haber tenido el noviazgo más corto de la época.

−No seas exagerado –y achina los ojos– aparte tengo una compañera del trabajo que nos gana a todos, se puso de novia con un flaco y se separó al tercer día. Fue muy raro un día celebrar su noviazgo y al día siguiente acompañarla en el duelo pero por lo menos estuvo divertido porque justo ese mediodía encargué sándwiches de miga y comí como una reina. ¿Qué pasa? –le pregunta cuando ve que Peter empieza a arrugar todas las facciones.

−¿Por qué siempre te vas a la mierda con el tema de conversación? –y Eugenia le hace burla con la boca– si querés contale todo, no tengo ningún problema. Pero también deja que yo pueda darle mi versión de los hechos.

−Disculpame. ¿Cuántas versiones de hechos tenemos?

−La tuya y la mía.

−La cual compartimos porque estuvimos juntos.

−Pero yo prefiero encargarme de mi parte –por el bien de su salud mental y sentimental.

−¿Ya te dije que a veces te odio, no?

−Muchas veces –y la voz en off de una mujer interrumpe el inicio de un conflicto.

Aquel día en que Lali se despidió de su mejor amiga y su amante para subir a un avión que la haría cruzar el charco hacia un continente que estaba en el otro extremo del mundo, Peter y Eugenia regresaron a sus vidas normales y cotidianas. Él se ofreció a alcanzarla hasta el centro de estética y ella le agradeció por el toblerone cuando le dio un beso y bajó del vehículo. Lali llegó a España doce horas después, cuando Peter estaba saliendo de la Editorial y cuando Eugenia estaba acostada en el centro de la cama de dos plazas de su madre mirando una serie mexicana mientras comía pochoclos dulces que compró en un kiosco. Los primeros quince días fueron comunicativos porque entre ellos se mandaban mensajes preguntándose cómo estaban y si podían lidiar con la soledad. En realidad la única que podría tener un problema sobre eso era Lali porque estaba sola viviendo en un hotel en el que no conocía a nadie, pero tampoco le llevó más de dos horas empezar a socializar con sus nuevos compañeros de trabajo. Peter estaba muy concentrado en el liderazgo de la empresa y en los cargos nuevos que deberían llevar a cabo sus amigos. La única que tuvo problemas con la soledad, fue Eugenia. Iba bien. Soportaba las conversaciones vía web y los mensajes de voz de las novedades que la hacían reír en la primera hora de la mañana. Pero cuando Lali anuncia que la contrataron para un nuevo proyecto que va a extender su estadía por dos meses más, Eugenia se desploma. Porque puede y porque descubre que su círculo más íntimo está compuesto por su madre y su mejor amiga. Antes también estaba Nicolás pero ya no. No hay nadie más. Y todo ese dolor que se generó a sí misma por aquella relación que no funcionó, la volcó sobre uno de sus pilares. Y ese pilar le acaba de decir que no la espere con el mate y los biscochos porque se va a retrasar alrededor de sesenta días. Y sesenta días para una persona como Eugenia, es un montón. Por eso, esa misma noche calurosa de la segunda semana de marzo, Peter tuvo que abandonar su lectura acostado en la cama porque sonó el timbre. Del otro lado estaba Eugenia con un rodete desprolijo, el delineador desparramado por los cachetes y una valija enorme a su lado.

TREINTA DÍAS - 2Where stories live. Discover now