Día quince: Obsesión

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Eugenia no fue a trabajar al centro de estética, delegándoles todo el trabajo a sus compañeras empleadas. Está apoyada contra el tronco de un árbol, frente a un edificio universitario inmenso, muy entretenida comiendo gomitas dulces y azucaradas de un paquete que compró en el kiosco. Elige las rojas para comer primero, después opta por las amarillas, luego por las verdes y las últimas son las naranjas porque lo más rico siempre se lo deja para el final. En realidad es el sabor que más aborrece y el que siempre le da a sus amigos, pero en su estado hormonal y embarazoso, se convirtió en su gusto preferido. El pie lo mueve impaciente, de vez en cuando se acaricia la panza cuando siente un torbellino atacando en su interior y a veces bufa porque hace calor –aunque no lo haga del todo porque la térmica que marcaron los meteorólogos para aquel día no superaban los veintidós grados–. Lali se retrasa media hora en salir de la facultad. Está desconcentrada escribiendo en el grupo de chat de sus compañeras de trabajo cuando al bajar le erra a un escalón y, en su necesidad de salvarse, se atajó de un muchacho que pasó por al lado, haciéndolo tambalear y tirar sus apuntes prolijamente apilados. Nadie entiende como con tan pocas herramientas y en un tiempo récord limitado, Lali es capaz de ocasionar semejante caos.

−Mira todo esto... –Eugenia se detiene en un local de ropa de bebé y hace que Lali haga lo mismo. Pega la nariz a la vidriera y sus ojos brillan emocionadamente compulsivos– es como estar en Disney.

−¿Armaste una lista con lo que necesitas?

−No porque voy a comprar a medida que vea. Mirá qué lindos esos vestidos... −y se muerde el labio con ternura– a veces me pongo a pensar y me da un poco de lástima que me hija tenga una madre como yo que se acordó de comprarle ropa dos meses antes que nazca.

−Lo mismo digo –acota Lali y la sigue cuando ingresa al local. El aire acondicionado del interior las hace respirar un poco a ambas.

−¿Estás esperando una llamada? –le pregunta después de un rato mientras corre perchas en las que cuelgan bodys y espía de reojo a Lali mirando fijamente su teléfono.

−No –y lo vuelve a guardar en el bolsillo trasero del jean– ¿Por qué?

−Estuviste todo el camino con el teléfono en mano y nunca me prestaste atención a nada de lo que te dije.

−Mentira.

−Te conté que empecé a hacer gimnasia en casa, casi me caigo del sillón y tu respuesta fue un simple: "ah, bueno".

−¿Cómo que casi te caes del sillón? –y abre mucho los ojos ante la sorpresa– ¿Sos estúpida? ¿Qué querías inventar?

−Gracias, esa era la respuesta que estaba esperando. Y no quise inventar nada, solo busqué tutoriales de gimnasia para embarazadas en internet, aparecieron unos videítos muy copados pero cuando quise hacer lo mismo casi me doy la pera contra el parquet.

−¿Por qué seguís insistiendo con esas cosas si en el colegio te llevaste gimnasia todos los años?

−Me la llevaba porque nunca iba.

−Y porque con suerte sabías picar una pelota –y la hace escupir una carcajada que inunda todo el local– ¿Por qué no aprovechaste a comprar ayer la ropa cuando estábamos en el shopping?

−Porque no había llevado mucha plata y tampoco tenía la tarjeta encima. Ay, mira, mira, mira... −descuelga un body amarillo con lunares blancos y un cuello con volados– lo peor que podía pasarle a mi hija era que su madre sea esteticista y diseñadora.

−Quizás también es lo mejor –y se aleja unos pocos metros hasta una mesa que está en el centro del salón en donde hay camisas y vestiditos perfectamente acomodados sobre la tabla.

TREINTA DÍAS - 2Where stories live. Discover now