Especial: Cuareterna - 1era parte

5.1K 249 246
                                    

Antes de que Lali llegue a estacionar la camioneta en la puerta de casa, ve que el auto del vecino está ocupando parte de la entrada de su garaje. Exhala fuerte, quejosa, molesta y también insulta. Puede hacerlo porque no hay ningún niño en el asiento trasero. No tiene lugar para estacionar porque todos los autos de las demás casas de la cuadra están estacionados en sus lugares correspondientes; claro, menos el de su vecino. Ese que algunas noches grita muy agudo y otras veces rompe platos contra una pared en medio de una discusión con su pareja. Lali piensa y mueve inquieta los dedos sobre el volante. La opción más viable es bajar, tocarle timbre y pedirle que lo mueva, pero eso también requeriría escuchar una explicación que no tiene ganas de oír. En realidad, no le gusta su tono de voz porque dice que es convivir con alguien que desayuna helio. La segunda opción es llamar a Peter para pedirle que le mande un mensaje porque es el que maneja el grupo de whatsapp vecinal, pero no va a interrumpirlo en ninguna de las actividades –incluso si esa actividad sea estar viendo un reality de cómo ordenar un placard–. Entonces llega la tercera opción, que es mucho más cruenta y de su estilo: baja, chequea que no haya nadie mirando y le da una patada al espejo arrancándolo de su lugar. Después patea una rueda, suena la alarma y vuelve a refugiarse en su vehículo. Son pocos los minutos que tarda el susodicho en salir corriendo de la casa, en bermudas floreadas, sin remera, pero con tiradores negros y un sombrero. No se anima ni a pensar lo que está haciendo, y tampoco baja la ventanilla porque hay una distancia obligatoria que mantener. Desde adentro le grita que una moto pasó muy rápido, le arrancó el espejo y escapó. Espera a que él corrobore que no haya saltado la pintura ni haya algún hundimiento, y después lo corre. Lali celebra internamente y puede ubicar la camioneta en la entrada de su casa. Se sujeta el pelo en un rodete, se pone el barbijo y baja del vehículo. Busca las cajas de verduras y frutas que su madre le regaló recién cuando viajó hasta el pueblo para asegurarse que tendrán todo lo necesario para sobrevivir a la cuarentena, y después cierra el baúl.

–Ay, no. ¿Otra vez? –se queja. ¿De qué se queja? ¿A quién le hablás? Y se queda parada mirando hacia adelante. O hacia mí. Solo gesticula con los ojos porque el barbijo le impide ver la boca, aunque estoy segura que la tiene torc-Ah, para, ¿me hablás a mí?– ¿A quién, sino? –levanta las cajas y camina hacia el portón. Y disculpame, pero yo estoy en tu equipo, lo conversamos un montón de veces. Ya no tengo ganas de seguir persiguiéndote. En serio, no me mires de reojo y enganchá bien las llaves en la cerradura. No es que no te quiera y no tenga ganas de inmiscuirme en tu casa para ver cómo anda la familia, pero a veces siento que estoy escribiendo un Gran Hermano– no compares, autora –me susurra y cruza el jardín delantero equilibrando las cajas. Y no, no comparo, pero sabés que tenés una historia de amor muy linda y divertida, y te hice dos hijos hermosos– los hice yo... –pero si los tuviste es porque yo los incentivé, no me saques mérito después de tantos años que ésto me costó más de sesenta capítulos y noches de desvelo. No te quiero prometer que va a ser la última vez que nos veamos porque cada vez que lo dije volví a aparecer, pero la situación social amerita a querer saber cómo la están pasando. Te juro que es un toque y me voy– tampoco jures porque dejé de creerte hace bastante –bueno, dame un changüí que éste éxito también me lo debés a mí, negra. No estás acá porque Dios lo quiso. Y quizás yo sea Dios– y quizás también Dios sea mujer –agrega abriendo la puerta y te doy la razón– ¡Volví! –pero mientras limpia las zapatillas en la alfombra, y antes de volver a cerrar y de que yo pueda acotar algo más, Peter aparece con un roceador enorme y la baña en alcohol. Ella cierra los ojos, primero por el susto y segundo porque no quiere quedarse sin córneas. Él le empapa desde la cabeza hasta los pies, y también espolvorea el suelo dibujando un sendero hasta el living. Creo que ahora entiendo por qué no querías que venga a visitarlos en medio de una pandemia, pero también creo que esto me da más ganas de querer quedarme. Que te sea leve... y escondé ese dedo, te vi el fuck you.

TREINTA DÍAS - 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora