Día tres: Poder

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−Ya te dije que no –la vez que Lali entró a su viejo departamento, lo hizo gritando cansada y con Peter siguiéndole la espalda. Él revoleó los ojos y cerró la puerta. Ella tiró el bolso en el sillón y cruzó por el pasillo hasta el cuarto para sacarse los zapatos.

−Necesito una explicación del por qué no –Peter es de los que no se cansan.

−¡"Porque no" es una respuesta! –le grita desde la habitación. Diez segundos después, regresa descalza y atándose el pelo.

−No, no lo es –él la espera y se sienta en el medio del sillón, pero ella le sube un hombro porque tiene tres años y es caprichosa– contame qué es lo que te pasa –le pide cuando ella se perdió en la cocina. Al regresar lo hizo con un vaso cargado de jugo de manzana que exprimió esa misma tarde.

−¿Por qué me tiene que pasar algo? –lo mira y se apoya contra la pared que divide el comedor de la cocina.

−Porque te conozco.

−Deja de hablar todo el tiempo como si me conocieras porque no me conoces nada –lo ataca pero él se muerde el labio porque la quiere más en su papel combativa– ni siquiera superamos los seiscientos días juntos y ya pensás que me conoces, pero par favor. ¿Sabés cuánta chocolatada te falta para alcanzarme?

−No es muy difícil alcanzarte –pero Lali lo mira seria porque la burla a su pequeño metro y medio será eterna– te estoy hablando en serio.

−¿Acaso me ves cara de estar haciéndote un chiste?

−Dijimos que cuando volvías de España nos mudábamos juntos.

−Eso lo dijiste vos –responde rápido, antes que él pueda seguir– aparte también dijimos que íbamos a dejar de hacer apuestas absurdas porque ya vimos lo que nos costó a ambos.

−A mí no me costó, yo gané –y pega la espalda al respaldo del sillón.

−Perdón, ¿me viste cara de trofeo? ¿Me vas a poner en un estante para que me luzca y lo muestres cuando venga algún invitado?

−¿Vamos a hablar en serio en algún momento?

−Si me conocieras tendrías que saber que no me gusta que me ninguneen cuando hablo porque sabes que siempre hablo en serio –dice todo rápido y él tuerce un poco la cabeza. Ella lo mira un rato y después larga un suspiro, esos de rendimiento. Es que sí, la conoce tanto como dice (y ella también lo conoce tanto como sabe)– ¿No pensás que es muy pronto?

−Estuvimos viviendo juntos durante treinta días cuando éramos jefe y empleada.

−Ya sé, pero no es lo mismo. Viste como terminamos en ese momento... y tengo miedo que ahora pase a la inversa –pero él no le responde, solo la mira. Ella lo espía de reojo mientras suena las uñas en el vidrio del vaso y se sienta a su lado en el sillón– no quiero que nos rompamos porque... porque quizás después no nos vamos a poder arreglar.

−¿Por qué nos vamos a romper? –y ella sube los dos hombros con la mirada clavada en su exprimido– ya convivimos juntos... y si hasta éste momento no nos rompimos, no creo que vayamos a rompernos más adelante.

−Es la primera vez que voy a convivir con un hombre. Entendeme.

−Bueno, dicen que las primeras veces siempre duelen –comenta con gracia y Lali se muerde el labio al reír– nunca te quise apurar, solo me sorprendía lo nerviosa que te ponías cada vez que sacaba el tema. Necesitaba saber si el problema era la mudanza o yo... pero ahora me siento un poco mejor al saber que no soy el culpable.

TREINTA DÍAS - 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora