Día veinte: Santiago

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Eugenia está haciendo la cola en una heladería cuando le llega un mensaje de Lali que le manda una dirección para encontrarse. Le responde que en breve llega porque no está tan lejos y vuelve a guardar el móvil porque llegó su turno. Sonríe un montón mientras la mujer de la caja le cobra, porque no hay nada más placentero para ella que la comida. Ya dijo una vez que entre el sexo y la comida se queda con la comida porque es la única que nunca la va a fallar. Con cuarto de helado y cucharita plástica en mano, camina dos cuadras hasta la parada de colectivo que la acerca al punto de encuentro. Lo bueno del embarazo es que siempre le ofrecen el asiente pero ésta vez no resultó ser tan así. Una mujer que estaba parada levantó la voz pidiendo que alguien se levante y Eugenia esbozó una risa cuando vio que un hombre revoleó los ojos cansado antes de levantarse. «Si lo va a hacer con esa cara de culo mejor no me dé ni las gracias» le sentenció ella muy viva y se sostuvo de un caño para viajar parada. Entonces corrobora el número exacto de la dirección enviada, pero no la encuentra, hasta que se da cuenta que es una clínica y tres minutos después, Lali cruzó las puertas corredizas con su bolso al hombro.

−Hola –la saluda con un beso en la mejilla– ¿Antojo? –por el helado.

−Sí... −Eugenia está concentrada observando la fachada del lugar– ¿Qué hacías acá?

−Nada.

−¿Nada? –y la mira con una ceja levantada– ¿Venís a una clínica por nada?

−Tuve que hacerme unos estudios. ¿Nos tomamos un taxi? Me dijeron que tengo que hacer un poco de reposo.

−¿Qué hiciste, Lali? –y ya se está imaginando lo peor.

−Vine a una clínica, Eugenia.

−Pero qué hiciste adentro de la clínica, Mariana –le habla en el mismo tono, aunque un poco más fuerte. Lali la mira pero no le responde, se acerca al cordón de la vereda y ajusta la vista para corroborar que venga un taxi– Lali...

−No tengo que dar explicaciones de nada. Te pedí que vengas porque sos mi amiga y quiero estar con vos –sentencia– estoy atravesando unos días de mierda y lo que más necesito es que estés conmigo y me hagas reír un poco. Así que lo que haya hecho o no en esa clínica no te importa a vos y no le importa a nadie más que a mí. ¿Okey?

−Okey –y da por hecho que de eso tampoco le va a contar nada– ¿Cómo estás?

−No sé.

−¿Querés helado para que se te pase el mal humor? –y le alcanza el pote generándole una sonrisa pequeña, pero sonrisa al fin.

−Gracias –Lali lo agarra y cucherea un poco– ya lo sabes, ¿no?

−Me contó Candela... –y Lali asiente un poco cabizbaja. Porque ni siquiera ayer cuando le pidió que vaya a visitarla después del curso de pre-parto fue capaz de contarle lo que había sucedido con Peter– no vamos a hablar de eso, ¿no?

−No, por favor –y Eugenia la avala– ¿Tu panza? Anoche me mandó un mensaje tu mamá preguntándome dónde estabas porque tenía miedo que te haya pasado algo... hasta que se dio cuenta que más miedo tenía que al otro le pase algo por tu culpa.

−Tengo una madre hermosa –comenta con ironía– nada, me... me quedé en el departamento pero desconecté todo porque estaba cansada –y si Lali le miente, ella también. Porque ayer a la noche, Eugenia regresó a casa de Peter, lo acompañó en la cena y también se quedó a dormir.

−Claro... −pero antes de que Lali pueda continuar hablar, siente vibrar su teléfono en el bolsillo del pantalón trasero y revolea los ojos al leer el número– qué hincha ovario.

TREINTA DÍAS - 2Where stories live. Discover now