Día veintisiete: Uno más uno

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Lali baja del taxi a las siete y cuarto de la tarde después de haberle abonado con la cantidad de dinero justo. El viento le vuela un poquito el vestido suelto y el pelo se mueve al compás de su caminar con sandalias de plataforma por ese bendito complejo que carga consigo desde pequeña. Chequea la dirección en su teléfono celular y corrobora que se trate del pub en el que está parada. Hay mesas en la calle bajo guirnaldas de luces que decoran el ambiente, colgadas entre los árboles o enredadas en los caños del techo. Cuando entra, un metter la recibe con una sonrisa y le indica la mesa que reservaron a su nombre. Camina, atraviesa un par de cuerpos y descubre que cerca de su mesa hay un escenario pequeño en donde quizás en algún momento de la noche suba una banda invitada a tocar un par de temas. Ella se acomoda y le agradece a la camarera que de inmediato le acerca la carta. Vuelve a chequear su reloj y después busca el celular en el bolso que delegó al colgarlo en el respaldo de su silla. Eugenia le manda un mensaje para avisarle que su hija tiene ataques repentinos de hipo en el interior de la panza y después le llueve una catarata de mensajes del grupo de trabajo. Es que hoy cuando volvió a la oficina y entregó una de las tantas ideas para el nuevo proyecto, logró que todos se interesen al punto de atacarla a preguntas. También escucha un audio y se ríe por la voz de Candela que cuando está desesperada, afina un montón la voz al punto de quizás aturdir algún tímpano. Le responde al mismo tiempo que la camarera le alcanza su jugo exprimido de naranja y un tostado mediano que supuestamente es para compartir ¿pero qué avala que eso tenga que suceder sí o sí? Pasa media hora, en la ciudad ya es de noche porque en invierno oscurece más temprano, el pub empieza a llenarse de grupos de amigos o de parejas que quieren quebrar la semana para huir de la rutina y hacerla más llevadera, y después está Lali que vuelve a mirar el reloj, el teléfono y no recibe ni siquiera un mensaje. La música empieza a subir un poco más el volúmen y ella empieza a tararear esa canción de Coldplay que en más de una oportunidad la hizo llorar. Pero cuando transcurren quince minutos más y se cumplen los cuarenta y cinco, culmina su turno obligatorio para recibir a la cita y levanta la mano para que la camarera vuelva a acercarse. Le encarga una botella de agua bien fría y una ensalada mixta. En realidad no quiere comer mucho porque vio en el sector de postres que hay brownie con dulce de leche y no quiere perdérselo. Por suerte alguien irrumpe todo ese barullo del cual ella no era partícipe para darles la bienvenida al pub y pedirles que reciban con un aplauso a una banda conformada por dos cantantes mujeres y dos músicos hombres que iban a condecorar la velada con un poco de arte.

−¿Te puedo hacer una pregunta? –Lali está tomando agua de la bombilla cuando le tocan el hombro y gira un par de grados la cabeza– ¿Esta mesa está ocupada?

−Estoy yo.

−Pero estás sola –le retruca– no encuentro lugar porque ya está todo ocupado y ubiqué éste vacío.

−¿Me estás pidiendo subirte a mi mesa? –pregunta.

−Sí... –pero antes de que ella pueda responderle, él ya se sentó y se desquitó del saco para colgarlo en el respaldo– ¿Estás esperando a alguien?

−Evidentemente.

−¿Hace mucho?

−Casi una hora.

−Entonces lamento decirte que no va a venir –sonríe de costado y levanta una mano para llamar a la camarera. Ella se muerde el labio y lo analiza un poco– ¿Cómo estás? Te pido una cerveza negra y una picada para dos. Gracias.

−¿Para dos? –Lali levanta una ceja.

−Vamos a compartir la mesa y te dejaron plantada. Lo mínimo que puedo hacer es invitarte algo qué comer –le dice mientras se arremanga los puños de la camisa blanca. Es todo un seductor– ¿Cómo te llamas?

TREINTA DÍAS - 2Where stories live. Discover now