Día diecinueve: Hormonas

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−Hola, Eug-

−¿Dónde está la podadora? –Eugenia se mantiene seria, con los brazos cruzados sobre su panza inmensa e infinita, con el pelo arrodetado y los ojos brillándole más de lo común.

−¿Eh? –Peter no entiende y por eso enarca una ceja. Recién se acaba de levantar y por eso está vestido con una musculosa blanca y la joggineta que usa los domingos aunque sea lunes.

−¿Dónde está la podadora? –repite y entra. Él cierra la puerta.

−No tengo podadora.

−Unas tijeras también me sirven. ¿Dónde están? –está parada en mitad del living. Ahora con los brazos a cada lado de la cintura cual jarrón y mirándolo fijamente.

−¿Para qué las querés?

−Cuando empezaste a salir con Lali te dije que si la lastimabas te iba a cortar los testículos –él revolea los ojos y se pierde en la cocina– nunca pensé que iba a llegar ese día pero acá estamos y no me dejes hablando sola porque mi necesidad de castrarte va aumentando –y lo sigue. Porque sabemos que Eugenia es siempre de las que sigue.

−No estoy de humor.

−¿Te pensás que yo sí? –apoya una mano en la isla para sostener todo su cuerpo pesado y hormonal, y lo mira desde ese rincón. Él está del otro lado preparando leche chocolatada para dos– ¿Pensás que era una joda? ¿Crees que es lindo enterarme por otra persona que mi mejor amiga un día va a buscar a su novio y lo encuentra en la cama con otra?

−¿No la viste? –le consulta de reojo mientras vuelca leche en los vasos.

−No... –y un poco se aflige. Porque lo que más quiere es acompañarla en su crisis– me avisó Candela hace un rato. También estoy un poco enojada porque no me lo haya contado en su momento pero eso lo vamos a dejar para otra discusión.

−Se fue a la casa de sus padres, no habrá querido que te preocuparas.

−Estoy embarazada, no coja –y ese pequeño comentario a él lo hace esbozar una sonrisa pequeña– aunque sea me podría haber mandado un mensaje, pero no es momento de pelearme con ella sino con vos –él le arrastra uno de los vasos de chocolatada– y no quieras sobornarme, Juan Pedro.

−No lo hago –y aunque ella lo fulmina con la mirada, igual se sube a una de las banquetas porque aprendió a conocerla lo suficiente.

−¿Qué pasó, Peter? –le pregunta después, cuando el ambiente se calmó, él terminó de guardar todo lo que usó y se sentó a su lado con su vaso y galletitas– estaba todo bien... ¿Qué pasó en el medio para que todo se vaya a la mierda de un día para el otro?

−No sé qué pasó.

−No tenemos quince años –y como que lo reta– y aunque los tengamos, siempre conocemos las causas de nuestras consecuencias. ¿Tuvieron una crisis?

−No.

−¿No la amás más?

−¿Me estás jodiendo? –la mira muy de golpe, como si lo hubiera ofendido.

−¡Bueno, no lo sé! –grita porque, reitero: está hormonal– estoy pidiendo explicaciones y lo único que tenés para decirme es que no lo sabes entonces pregunto.

−Es una historia muy larga, pero... no estaba consciente. Me... me drogaron y-

−Ustedes se graduaron todos en el mismo colegio, ¿no? –lo interrumpe antes de que pueda continuar con su explicación– ustedes los de su género, digo. O son todos tarados o nosotras tenemos un detector de pelotudos pegado en la frente. ¡¿Me drogaron, Peter?! ¿En serio? ¿Estamos protagonizando una telenovela de Adrián Suar y no me enteré?

TREINTA DÍAS - 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora