Día diecisiete: Escondidas

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Lali cruza la avenida con la mirada clavada en el suelo y ni siquiera se fija que el semáforo está en verde para los autos. Pero no le importa porque un camión le puede pasar por encima y seguro le va a doler menos. Todo a su alrededor perdió nitidez y tiene que sostenerse de una pared cuando cree marearse. Una mujer bondadosa se acerca a ella para preguntarle si se siente bien y si necesita ayuda. Ella solo niega con la cabeza y sigue caminando porque lo único que quiere es estar sola. Hay un agujero en el centro de su estómago que no la deja avanzar. La garganta se le cerró y tiene que abrir la boca para compensar la respiración. Los brazos le pesan y el mentón le empieza a temblar porque cuando empiece a contar y llegue a diez, va a empezar a llorar. Aunque no quiera, aunque se oponga, aunque esté en el medio de la calle con los sentimientos aflorando y el corazón devastado. Tiene ganas de salir corriendo pero no sabe donde porque no ve. No ve porque los ojos los tiene cargados de lágrimas que no quieren salir. Recién cuando llega a su casa y se sostiene del picaporte, el cuerpo vuelve a recuperar esa energía perdida. Pero solo un poco. La suficiente como para subir los escalones hasta la habitación y expulsar un llanto que le quebró la voz. Se sentó en el lateral de la cama y golpeó el colchón con los puños cerrados. Después descargó todo de la manera que lo hizo siempre cada vez que descubría que alguien la había lastimado: rompiendo objetos. Como la silla que tiró a un costado del cuarto o la ropa que arrancó del placard embutido y desparramó por toda la superficie. Ella se había prometido no volver a caer por culpa de otro, no iba a permitir que la vuelvan a quebrar. Pero si a veces las palabras se las lleva el viento, a las promesas también.

Diez horas antes de esto, Lali despertó en el sillón-cama del living de la casa de Jimena. Tardó un par de minutos en ubicarse hasta que al levantar un poco más el cuerpo, se asustó con la presencia de Momo parado a los pies del sillón con su taza de chocolatada en mano. Él le sonrió con sus dientes pequeños y los ojos achinadísimos porque recién se levantaba y ella se alivió al recordar que cenó en lo Jimena y las dos se quedaron dormidas después de una película que ya habían visto veinticuatro veces.

−No me responde... −Lali regresa a la mesa con el celular y lo apoya a un costado de su platito en el que hay una porción de lemon pie que Jimena fue a comprar antes que el hermano le devuelva a Momo.

−Ayer tuvo un cumpleaños y anda a saber hasta qué hora se quedó. Debe estar durmiendo –y le ceba un mate.

−Sí –pero ella tiene un sexto sentido que no siempre expone.

−¿Sabes quién me escribió? –le pregunta mientras unta una tostada con queso para Momo que está arrodillado sobre otra de las sillas.

−¿Quién?

−Mi ex.

−¿El de ayer? –y chupa de la bombilla. Jimena asiente.

−Me dijo que sinceramente no sabía que era yo... que a él también lo sorprendió un montón porque tenía ganas de seguir conociéndome.

−¿Y qué le dijiste? –pero Lali está mirando a Momo que intenta comer la tostada y se ensució la mitad de la cara con queso crema.

−Que es un estúpido –así, sin pelos en la lengua– mira si voy a volver con mi ex... ¿Piensa que soy deficiente que voy a tropezar con la misma piedra?

−Muchas personas han vuelto con sus ex's.

−Pero él tenía una amante, Lalo –le aclara y ella gesticula un ah silencioso– estaba conmigo y con otra al mismo tiempo. Y lo peor de todo fue que era más linda que yo –y la hace reír– ¿Vos volverías con un ex?

−¿De los que tuve yo? No –responde con un montón de seguridad– pero yo tuve muy parecidos a los tuyos. Si hubieran sido otro tipo de personas o si hubiéramos terminado sin problemas... no sé, quizás sí. Tengo amigas que han vuelto con sus ex's después de estar años separados y hoy en día sigue estando todo bien.

TREINTA DÍAS - 2Where stories live. Discover now