Día ocho: El civil

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−¿Qué pasou? –Jimena está durmiendo cuando vibra su celular en la mesa de luz y tiene que arrancarse el cubre ojos de la cara. Se despeina un poco con el elástico y presiona un montón los párpados cuando enciende el velador.

−¿Cómo estás, Jime? ¿Dormías? –Lali está padeciendo insomnio del otro lado de la línea. Sostiene el teléfono, sentada de piernas cruzadas en la parte del colchón que le corresponde, vestida con una remera que le queda grande y le pertenece a su compañero que está durmiendo boca abajo en el otro costado. Jimena tantea sobre la mesita hasta encontrar el reloj-despertador.

−Son las cinco y diez de la mañana, Lali.

−Hoy se casa mi amiga y estoy un poco nerviosa, no puedo dormir porque estoy incómoda y me puse a trabajar con algunas cosas del centro cultural.

−No quisiera ser tu amiga cuando te cases vos –Jimena se refriega los ojos y gira sobre el colchón hasta quedar boca arriba y cerrar los ojos– ¿Qué necesitas?

−¿Te gustaría sumarte a nuestro staff? Estamos necesitando a alguien que esté en la recepción del centro porque siempre nos turnamos nosotras y entre los trabajos de cada una, y las clases que ofrecemos, no podemos manejarlo.

−Bueno –y bosteza.

−¿Eso es un sí o un no?

−Es un sí.

−Gracias –y sonríe un montón– sos genial, ¿ya te lo dije? –pero Jimena solo asiente con la cabeza porque no tiene fuerza ni para modular– después podemos hablar de los horarios en los que preferís trabajar porque también estas a full con la Editorial y no quiero atosigarte. En todo caso podemos pautar días... y también arreglar el sueldo y todos los trámites que quieras exigirnos porque no somos una sociedad turbia.

−Me alegra –Jimena está dormida y habla con la poca capacidad que le queda.

−Te voy a anotar así mañana cuando me veo con las chicas les paso tu número, igual podes venir a la salida del trabajo para tener una reunión y conocernos, ¿querés?

−Okey.

−Che, y... −Lali piensa porque se quedó sin tema de conversación– ¿Qué estabas haciendo?

−Lo que hacen todos los mortales que viven de éste lado del hemisferio, también lo que hacen los del otro hemisferio cuando en el nuestro es de día y lo que tendrías que estar haciendo vos, Lali.

−Ay, perdón, ya sé que estuve mal pero necesitaba hablar con alguien.

−¿Acaso no convivís con una persona?

−Sí, pero está durmiendo –baja un poco más la voz y lo espía– no quería molestarlo.

−¿Y por qué a mí sí?

−Porque él es mi novio y me gusta mirarlo cuando duerme. ¿Vos estabas ocupada? ¿Tenías las manos en masa?

−En la almohada tenía las manos, Lali –y ella revolea los ojos porque nadie la estaría comprendiendo– a la tarde nos vemos y hablamos cuando pueda hilvanar tres palabras coherentes. Me tengo que levantar temprano para ir a trabajar y vos también tenés una boda que atestiguar. Te quiero.

−Bueno, pero eso es lo que más me pone nerviosa porq- −pero Jimena ya le cortó– puta madre... –vuelve a marcar el número pero ya no llama porque lo apagó ágilmente. Entonces tiene que abandonar el teléfono sobre su mesa de luz y se queda un rato con la mirada fija en su carpeta de anotaciones en la que registra sus trabajos– si llamo a Eugenia después me va a pegar cuando nos veamos –está hablando sola porque puede y quiere– ¿Y si llamo a mi vieja? Ella siempre me responde, una madre nunca corta las llamadas de sus hijas. Pero si me atiende papá... ahí cagué.

TREINTA DÍAS - 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora