Día cuatro: El anillo

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Es domingo y Lali se levanta temprano porque se despertó media hora después de que el sol haya asomado el horizonte y no pudo volver a dormir. Miró el techo durante un rato prolongado y sin mover ningún otro músculo. Cuando giró la cabeza noventa grados, chocó con el cuerpo de Peter que le daba la espalda. Él todavía estaba durmiendo y no tenía planes de levantarse temprano en aquel día que se inventó para trabajar en la fiaca. Haciendo la menor cantidad de ruidos posibles, se levantó, higienizó, aprovechó a darse una ducha prolongada y relajada, desayunó envuelta en el toallón jugo de naranja con tostadas untadas con dulce de leche y se cambió en el cuarto de baño al volver a su cuarto a buscar la ropa que buscó en el interior del placard embutido. Mientras se subía la calza, lo miraba a él y sonrió un poco. Porque hace un tiempo descubrió que no hay nada que le dé más placer en éste mundo que verlo dormir: las manos por debajo de la almohada, los ojos cerrados sin presión –porque siempre duerme con serenidad–, la boca un poquito abierta y los músculos de la espalda que se le marcan entre los omóplatos y que se suben y bajan por su respiración acompasada. Desde que volvieron a vivir juntos, los roles se habían invertido: él dormía todo lo que podía hasta perder la noción del tiempo y ella madrugaba diariamente. Está bien, tenía un nuevo horario laboral y no solo debía adaptarse a eso sino que también a la casa que, desde su mirada, es más parecida a una mansión. Pero a veces se levantaba dos horas antes de que suene el despertador y aunque lo intentaba no podía volver a conciliar el sueño. Entonces buscaba actividades para no aburrirse, y una de ellas era observarlo a él.

Antes de salir de la casa, corrobora que haya guardado todo en la cartera y se arregla el pelo en el espejo del hall. Quita la alarma y atraviesa la puerta. Al mismo tiempo que sube al auto de Peter, le manda un mensaje a él: «No te asustes si no encontrás tu auto, me lo llevé. Más tarde nos vemos» más una carita muy simpática que tira un beso con forma de corazón. Tira el teléfono en el asiento de copiloto y cierra la puerta. Gira la llave, sostiene el volante con las dos manos, mueve los pies y la palanca, y sale del cordón. En el primer semáforo en rojo aprovecha a poner un poco de música y mientras suena "Un ángel para tu soledad" de los Redonditos de Ricota, baja la ventanilla y todo el viento le sopla en la cara. Un auto azul marino frena a su lado y en el interior hay una mujer muy concentrada en la espera del cambio de semáforo con dos niños sentados en la parte trasera que en realidad están pegándose puñetazos, limitados por el cinturón de seguridad que los protege. Lali se queda un rato tildada observándolos y se le escapa una risa porque los niños son fantásticos. Bueno, menos cuando el que está del lado de la ventanilla se da cuenta que lo está mirando, le sonríe mostrando sus dientes torcidos y le hace un fuck you. Y Lali a veces parece que en vez de veintiocho, cumplió siete años, entonces le devuelve el fuck you con su rostro serio anti-maternidad. Menos mal que el semáforo se puso en verdad, el auto arrancó y un bocinazo la hizo volver en sí y guardar el dedo mayor. Veinte minutos después estaciona el auto enfrente del centro cultural, pero antes de bajar, su teléfono vibra: «Bueno, cuidate y no traigas ninguna multa de regalo» lee mientras baja del auto y cierra la puerta con las llaves en una mano. Sonríe porque puede y no le responde porque una bicicleta pasó muy cerca y casi la choca.

−Bueno, bueno, bueno, miren a quién me encontré por acá –Lali estaba muy concentrada arreglando el jardín de la entrada del centro cultural que no se dio cuenta cuando Beatriz se paró en el límite de la puerta de rejas con un rodete tirante y un vestido veraniego color verde musgo.

−Bueno, bueno, bueno, miren quién se digno a reaparecer –le habla en el mismo tono y se levanta con ayuda de un tronco– ¿Qué pasó, Betty? ¿Me estás extrañando?

−¿Por qué extrañaría a mi ex empleada más abominable?

−No sé, eso decímelo vos que viniste a buscarme a mi nueva fuente de trabajo –se saca los guantes de tela y le va a seguir la discusión hasta el fin de los tiempos.

TREINTA DÍAS - 2Where stories live. Discover now