Bonus track V

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Bruna se mantiene sentada en su silla alta ubicada en el extremo de la isla de la cocina. Viste una remerita fucsia y el pelo se lo ataron en una colita alta para que pueda comer tranquila. Ya no usa el sujetador de la silla porque creció lo suficiente como para sentirse presionada e inmovilizada, así que ahora puede estirarse tranquila y bailar con el torso cada vez que escucha su canción favorita. Está muy concentrada en los trozos de sandía, las rodajas de banana y los gajos de mandarina que le cortaron en su plato de color amarillo. Separa las frutas según su color y después las va comiendo a medida que gira el plato. Aparentemente, no solo heredó el color de ojos de su padre sino también su pseudo trastorno obsesivo. Pero qué va a saber ella todavía sobre los problemas de los adultos si hace dos años llegó a éste mundo todo destrozado y escandaloso. Solo quiere limitarse a comer lo que le cocinan sus padres, a llenarse de chocolate la boca cada vez que sus abuelos llegan con bolsitas de golosinas para convidarle moderadamente, a reír a carcajadas cada vez que juega en la cama matrimonial, a mandarse macanas en el jardín junto a su aliada favorita: Rufina; a bailar con mamá en mitad del living después de que ella corre los sillones y a interpretar personajes con su papá y todos los disfraces que tiene en su ropero. Él está a su espalda porque en realidad está preparando el desayuno y no ve cuando Lali entra a la cocina con el pelo un poco desparramado y su pijama que consta de una remera, un short y esas hermosas pantuflas patas de dinosaurio color verde chillón. Sonríe por inercia cuando ve a Bruna –bueno, como cada vez que la mira– y se acerca a darle tres besos en el cachete. Ella sonríe un poco pero no te suelta ni loca la mandarina. De paso también le limpia un poco la boca porque la tiene toda pegoteada y después camina hasta Peter para abrazarlo sorpresivamente y pegar la boca entre sus omóplatos –que en realidad es hasta donde llega–. Él sonríe un poco somnoliento mientras saca la jarra de café de la cafetera y si no se asustó cuando lo abrazó es porque escuchó la arrastrada de pies. Entonces gira y antes de darle un beso, le susurra los buenos días y le acomoda el pelo.

−¿Por qué me dejaste dormir hasta tan tarde? –le pregunta ella cuando corrobora la hora en el reloj del microondas.

−Ayer volviste a casa a las once de la noche y estabas cansada... quiero pensar que estuviste todo el día laburando –comenta con un poco de gracia y le pasa la taza de café con leche.

−No, en realidad te dije que iba a laburar pero estuve con mi amante. Se llama Jorge, tiene cuarenta y cinco años, es calvo, gordo y vive con su mamá –y él se ríe un montón– ya sé que volví tarde pero hoy me quería levantar temprano porque tenía que comunicarme con una modista. Te conté anoche...

−Sí, pero estabas cansada y no podías hilvanar dos palabras en una oración. Te enojas cuando no te dejamos dormir pero también cuando te dejamos, ¿en qué quedamos?

−Bueno, está bien, está bien, está bien... −y todo lo dice al subirse a sus puntas de pie y rozarle los labios con los suyos– no te enojes, tenés razón. Igual después tengo que comunicarme con la modista y también tengo la reunión con las mamás del jardín –y casi que pone los ojos en blanco al pronunciarlas– qué seres nefastos.

−Voy yo si querés –mi vida él, más lindo.

−No, mi amor, te lo agradezco de mil amores pero si nunca te dejo ir es porque estoy cuidando tu integridad mental –y Peter esboza una risa con el borde de la taza de café en la boca– vos vas de una manera, llegas a esa reunión y salís de otra.

−No todas son así, con las que tuve oportunidad de hablar en el jardín son buena onda.

−Claro que no, no todas así, por suerte. Pero siempre hay un par que mejor perderlas que encontrarlas... aparte está la mamá de Umma –y baja la voz porque no quiere que Bruna escuche algo que puede repetir en el colegio– mamita, esa mujer tiene un problema en serio, hay neuronas que no le están conectando y mira que le pongo onda, eh. Mira que con Euge tratamos de ser copadas cuando la vemos pero dos palabras que cruzamos y ya tenemos ganas de vomitar, es increíble.

TREINTA DÍAS - 2Where stories live. Discover now