La unión hace la fuerza y tal vez...

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Se encerró en su oficina para poder dejar salir todo lo que la atormentaba. No fue un llanto ruidoso el que salió de su boca. Ni siquiera se oía un lamento o quejido. Era una tormenta silenciosa, pero de sus hermosos ojos no paraban de salir raudales de lágrimas, lagrimones gruesos. Miraba solo al frente mientras en su cabeza todo era un caos. Se sintió cansada, confundida, aturdida, harta...

Odió a Beatriz por haberle dicho eso. Maldecía su dolor, su estupidez. Pero no le quedaba de otra que afrontarlo, estaba tan cansada de que Armando la viera como una tonta, como una ingenua. Le molestaba profundamente eso, que menospreciara su inteligencia, que pensara que siempre le podría ocultar todo.

En eso momento y contra todo pronóstico, agradeció nuevamente que Beatriz le mostrata, por segunda vez, la realidad de Armando Mendoza. Pero ahora era diferente, la certeza de los sentimientos de Armando hacia Betty solo aumentaba su agonía. Estaba perdiendo el rumbo, no sabía por qué dar una batalla que desde hace tiempo se predijo perdida.

¿qué debía hacer? No lo sabía. Tal vez enfrentar a Armando y preguntarle por qué lo hizo. O encararlos a los dos. Qué fatiga. Tantas cosas en las que debería concentrarse y otra vez lo que hacía Armando terminaba arrebatándole la paz, el tiempo y poco a poco, su amor propio.

Se limpió las lágrimas con las manos, en un gesto brusco. Se limpió la nariz y respiró para que el llanto parara. Necesitaba enfocarse. Ojalá en la noche tuviera tiempo para pensar más en lo que sentía y no solo centrarse en sentir.

Tuvo unos segundos de relativa calma, tratando de poner el blanco su mente. Incluso, con todas las revelaciones, olvidó por un momento ese extraño pero atractivo momento de interacción y miradas con Beatriz. Cuando logró recobrar un poco de tranquilidad, lo primero en lo que pensó fue en la propuesta de Beatriz y sus últimas palabras. "El beneficio de la duda" .

Ahora en soledad, repasó un poco la propuesta y lo que implicaba ponerla en práctica. Era un riesgo, pero a la vez Beatriz se sentía tan segura que la estaba prácticamente convenciendo.

Tal vez era su historia como mujer fea, como esa Beatriz que tanto odió, que tanto dolor le trajo a su vida. Esa que ahora se paseaba por los pasillos de Ecomoda como una diosa segura y poderosa. Que se atrevía a proponerle que fuesen un equipo. Su rival natural, la mujer que se llevó el amor del hombre que más amó, que ahora tenía su empresa, esa misma que con tronar los dedos podría empeorar la pesadilla en la que había convertido su vida.

Pero ahora por alguna razón era diferente. Ahora podía permitirse apreciar su belleza, ahora la veía como la mujer que era y no como la Celestina de Armando o el computador con gafas que su novio encerró en ese oscuro cuarto y desde el que ocasionaron ese maldito desastre.

Ahora, la veía como una mujer que le despertaba eso que ya creía muerto. Que también la hacía sentirse admirada. Porque la mirada de Beatriz sobre ella en la sala de juntas era una mirada de admiración, contemplativa.

Su cerebro se iluminó. Tal vez apoyarla no era tan descabellado, tal vez podría jugarse una última carta y ver si funcionaba. Era una locura, porque hacer equipo implicaba que tuviesen que compartir más tiempo de lo normal, que las decisiones fuesen un acuerdo de las dos. Y así Armando podría ponerse a raya de ella y tal vez desistir. No le importaba el reconocimiento, tal vez su motivación era destruir cualquier lazo romántico entre ellos y asegurar a Armando a su lado. Tal vez.

Además, con esa propuesta debería irse a Palm Beach y se llevaría a Armando consigo para evitarle caer en la tentación. O tal vez para evitarse la misma cosa.

Ya estaba. Tomó la decisión. Pero además dio otros ajustes. No le diría nada a Beatriz. Tampoco le mencionaría a Armando lo que ya sabía para no ponerlo sobre aviso y, además, se encargaría de que Hugo aceptara.

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Beatriz era un manojo de nervios. Apenas si podía creer que estuvo intercambiando miradas para nada discretas con Marcela. Que había apreciado sus ojos sin disimulo. Que ella la mirase. Aunque ese instante de magia se hubiese desvanecido con su confesión al delatar Armando, aún la tenía temblando internamente.

Era ilógico, ella no podía caer en eso. Su amor por Armando seguía presente, a pesar del dolor. Aún le hacía mella ese sentimiento, pero ese ligero rebote de adrenalina con una mirada de Marcela era difícil de evadir.

Y ahora estaba allí, a la espera de una respuesta de ella y ante la loca posibilidad de que se convirtieran en el equipo que dirigiría a Ecomoda. Ojalá aceptara, ojalá porque de no ser así, sería aún más terrible ser presidente de Ecomoda.

Soltó un bufido y alzó la mirada. Ya había pasado algún tiempo y no había respuesta por parte de Marcela. No había  más que hacer. Lo haría sola, bueno, tenía a Nicolás y Catalina para apoyarla, pero realmente ellos no eran los Mendoza o Valencia. Llamó a Aura María para que le llevara una aromática. Necesitaba dejar de pensar y recobrar energías para la batalla.

Empezó a girar lentamente en su silla dándole un vistazo general a la oficina. Otra vez se fijó en las fotos. Otra vez Armando Mendoza por todos lados. Se ofuscó y comenzó a recoger cada objeto que lo simbolizara. Empezó a abrir los cajones y encontró la bolsa de los recuerdos de su absurdo amorío. La abrió y los vio. Negaba con su cabeza lentamente mientras pasaba en sus manos cada carta, cada regalo. No quería más eso. Ya no se iba a permitir ese sufrimiento ni mucho menos, guardar algo que solo la atormentaba, suficiente con lo que sentía. Metió todo nuevamente en la bolsa y con mucha rabia la tiró al cesto de la basura. Al fin y al cabo, eso solo eran los restos de una mentira, de un engaño. Deseaba con toda su alma que sus sentimientos de fuesen también en esa bolsa.

Tenía los ojos anegados en lágrimas, sentía que le quemaba el pecho, pero puso toda su energía en recuperar el control. Contuvo las lágrimas a raya hasta que la sensación de llanto desapareció.

Seguía la junta, su propuesta, su objetivo.  Ya era la presidenta de Ecomoda. No la tonta asistente enamoradiza e insegura. Miró el reloj y se preparó. El comité estaba por iniciar.

Destino - Marcela y BettyWhere stories live. Discover now