Daño colateral

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Marcela llevó a Beatriz a aquel bar donde sucedió el primer beso. Un lugar entrañable que se le quedó en el alma desde aquel día. Hizo sus averiguaciones y logró reservar ese lugar íntimo solo para ellas. Sabía de sobra el estrés con el que cargaba la presidenta de Ecomoda.

Una noche de boleros las acogió y las abrazó. Marcela cantaba y Beatriz solamente podía dejarse llevar y seguir enamorándose perdidamente. Realmente lo sentía y ya lo traía atorado en la garganta. Pero no quería decirlo, no por no estar segura de sus sentimientos ni de los de ella. Sentía que no era el momento, tal vez.

Después de varias copas, Beatriz se encontraba más tranquila y desinhibida. Jugaba con Marcela a adivinar la canción con las primeras notas y perdía casi siempre, Marcela era una experta en el tema. El objetivo de Marcela estaba cumplido, logró hacerla olvidar por unas horas de las obligaciones y eso la hizo feliz.

Lo que también la hacía feliz es que con Beatriz no habían excusas. No temía ni escatimaba en dedicarle tiempo, en compartir con ella. Hacía mucho tiempo que el sentimiento de vacío y soledad había desaparecido. Ni siquiera sentía que pasar tiempo con ella era un esfuerzo, por el contrario, un disfrute, una de las mejores partes de sus días o de los fines de semana. Poco a poco iba sanando las viejas heridas de un amor que la estaba destruyendo.

Mientras ellas disfrutaban la noche, Armando Mendoza estaba en el balcón de su habitación, con una botella de whisky y el corazón roto. Lloró casi toda la tarde amargamente. Ahora estaba en una especie de transe, su mirada estaba embuida en las luces de la noche capitalina. La imagen seguía repitiéndose una y mil veces en su cabeza, era una tortura, pero quiso someterse a ella para poder perfeccionar su táctica. El dolor lo impulsaba.

Sentía que ahora estaba en desventaja. Estando lejos mantenía la ilusión de algún resquicio de sentimiento por parte de Beatriz, pero ahora no estaba seguro de nada. Se sentía traicionado por Marcela, ahora entendía esa despedida tranquila y libre. La veía como la gran culpable de su dolor. Como una ladrona que le estaba arrebatando la esperanza del amor y de la vida.

No se quedaría con eso y tenía algo a su favor. Antes que ser amante de Beatriz, fue su amigo. Recordaba cada cosa que había logrado descubrir en ella, lo poco a mucho que pudo conocerla y esa era su salvación. Además de conocer ya de sobra su historia antes de él y por supuesto, conocer a Marcela. A ella sí que la tenía aún más detallada. Conocía sus debilidades, sus traumas, sus inseguridades y sabía que aunque había pasado tiempo, no era el suficiente para que aquel romance lograra acabar con los demonios de su ex prometida.

Ahí radicaba su táctica. Su objetivo era uno. Recuperar a Beatriz. Aunque eso implicara daños colaterales. No importaba. De él ya no quedaba nada por salvar, la poca dignidad y ego se le habían ido en los últimos grandes fracasos de su vida.

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El fin de semana llegó y el trabajo no se hizo esperar. Marcela había cumplido con lo prometido y Beatriz también. Era sábado por la mañana y ambas se encontraban en la oficina de presidencia.  El plan de trabajo establecido por Beatriz tenía a Marcela a punto de arrancarse los pelos, pero prometió ayudar y aprender, por lo que no tuvo de otra, agradeció haber dejado en manos de Patricia la alimentación de ambas. Ahora estaba allí, sentada frente a una carpeta llena de informes contables y se empezaba al máximo por entender y hacer bien su parte del trabajo, pero lo cierto era que se distraía viendo a Beatriz, sus manías, sus gestos de concentración, su agilidad mental y la rapidez con la que trabajaba.

— Marcela, si me sigue mirando no vamos a poder terminar lo que nos propusimos para la mañana.

Marcela se sintió pillada y solo apretó sus labios para ocultar la sonrisa.

Destino - Marcela y BettyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora