La edad del cielo

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Beatriz estacionó en un parqueadero privado, pues al lugar al que iban no tenía parqueadero. Marcela no estaba tan sorprendida, alguna vez caminó por esas calles cuando era muy joven y conocía un poco de la magia que lo cubría.

— Llegamos— dijo Beatriz soltándose el cinturón y con cierto nerviosismo— no se preocupe, no le va a pasar nada, no es peligroso ni nada por el estilo.

Marcela sonrió.
— Tranquila, no tiene que decírmelo, conozco el lugar.
Beatriz alzó las cejas. No había podido sorprenderla con el lugar, pero sí con el sitio, eso sí lo haría.

— Bueno, entonces vamos.

Se bajaron y comenzaron a caminar por calles, ya comenzaba a caer la noche sobre Bogotá y las luces de las casonas antiguas que adornaban El Chorro de Quevedo, empezaban a llenar de magia el lugar. En un momento, Beatriz, que sabía específicamente a dónde ir, tomó de la mano a Marcela y comenzó a guiarla en medio de turistas. La gerente solo pudo apretar su mano y seguirla.

Llegaron a una pequeña casona con escalones rústicos, era acogedora su visión desde el exterior, las luces amarillas que colgaban de lámparas tejidas le atraían. Entraron y escucharon las notas de un grupo en vivo que parecía estarse preparando para amenizar la noche.

Una joven de piel trigueña salió a recibirlas y les indicó los lugares en los que podrían ubicarse. Beatriz escogió uno que las separaba del resto del mundo, con una pared a cada lado, pero que les permitía seguir disfrutando del ambiente. Les dieron las cartas y cada una ordenó, Beatriz un mojito y Marcela un Gintonic.

Por fin a solas, solo se miraban, después de la descarga de energía del reencuentro las palabras estaban atoradas. Pero Marcela tomó la iniciativa.

— Debo confesar que no esperaba este lugar, es hermoso, tiene una vibra, no sé... Divina... Me gusta mucho

— Bueno, es que siempre pensé que cuando volviera, me gustaría invitarla aquí, espere que empiecen los músicos y verá, será todavía más divino.

— ¿Ah sí? Y bueno, cuénteme¿Cómo lo supo?

Beatriz se avergonzó. Ahora tendría que admitir que puso al cuartel de espía.

— ¿No lo deduce?
— Claro que lo deduzco, pero no entiendo qué la motivó a averiguarlo— respondío Marcela acercándose un poco más a ella.

— Pues es que, quería saber qué día volvería y mandé a preguntarle a Patricia y dijo que usted le había prohibido hablar del tema— dibujaba círculos sobre la mesa — y eso genera más dudas que certezas y pues Aura María me ayudó y pues, lo demás es historia...

— Patricia tampoco sabía cuando volvía, solo sabía que iría a Chile y ya.

—¿En serio? — preguntó Beatriz.

— Claro que es en serio, si le decía me arruinaba la sorpresa y no quería eso.

La música en vivo comenzó a inundar el lugar justo cuando llegaron sus respectivos tragos. Las dos necesitaban una copa. La probaron y sonrieron.

Beatriz por fin se armó de valentía y habló mientras le tomaba la mano. Era suave, limpia, hermosa.

— Casi me muero cuando la vi. Ni siquiera podía hablar, fue tan ... Bonito y además, hoy se ve hermosa, con ese look más relajado, de verdad que está divina.

Marcela sentía que se derretía con esas palabras. No pudo contener el sonrojo y llevó una mano a la cara. Era como una adolescente otra vez. Una hermosa sensación de hormigueo le recorría el cuerpo.

Beatriz sonrió. Era una visión adorable y era real y la tenía en frente suyo. Dejándose hacer, halagar, siendo ella.

— Betty, por favor...
— Por favor, nada, es la verdad. Usted es hermosa.

Marcela entonces quiso cambiar el juego.  Ella también podía.

— Por qué no me repite eso que me dijo en la oficina — le dijo acercándose a ella para poder verla más cerca, casi alargando un poco su cuello.

— ¿Qué cosa? ¿La parte donde le decía que ya dejáramos así ?— jugó Betty mientras se perdía en la miraba pícara de ella.
— Jajaja, nooo — llevó de nuevo su mano para esconder el mechón y le miró los labios — la parte donde me decía que yo le encanto — se mordió el labio para poder soportar la cercanía.
Unas notas sensuales de bajo y guitarra comenzaron a inundar el lugar. Ellas se reían de nervios, risas mezcladas con excitación.

— Ah, esa parte... No sólo eso. Usted me enloquece, Marcela — la miró a los ojos y le habló acercándose a sus labios — y yo creo que en este juego que nos inventamos, gané y usted perdió, Game Over, Marcela...

Ya no lo soportó más y la besó. Primero tomó su labio inferior y lo mordió suavemente. Marcela cerró los ojos y se dejó llevar. Sentía que todo su cuerpo se calentaba en un instante, sentía un montón de cosas en su estómago. Beatriz continuó con el labio superior y ella le correspondió, comenzaron a danzar en sus bocas. Beatriz sentía que jamás en la vida había una sensación igual. Llevó sus manos a las mejillas de ella y las acarició para luego hacer más profundo el beso. Se rozaban, se mordían, se dejaban llevar. Marcela, por su parte trataba de asimilarlo, todo. Quería acariciarla y llevó sus manos a una de las piernas de Beatriz para apoyarse y tocarla. La apretó sutilmente.

Les faltaba ya el aire y no querían parar. Sus bocas probándose por primera vez era un sueño hecho realidad para ambas.  Pero Beatriz fue quien decidió parar un poco, sin quitarle las manos de las mejillas.

Marcela estaba en trance mirándole los labios, tenía el rastro de su sabor aún en su boca y le pareció exquisito. Quiso más y fue por más. Llevó sus manos al rostro de ella y se pegó a su boca en un movimiento casi brusco que las excitó demasiado. Sus labios se buscaban. Sus manos empezaron a recorrer sus cuellos y se mordían los labios de deseo. Apenas si respiraban, se decían todo a medias.

— Sí ve por qué me encanta — decía Beatriz en medio de pequeños besos.

— Usted me encanta, esa boca, no se imagina desde hace cuánto quería besarla — iban terminando de besarse poco a poco.

— ¿Ah sí? ¿desde hace cuánto? — dijo Beatriz mientras se tenían tomadas de la cintura una a la otra, estaban sentadas en una banca , una junto a la otra.

Marcela le mordió el labio con un poco de falsa fuerza y se sinceró.
— Desde el día de la junta con Catalina Ángel, ahí se me instaló la idea— admitió mientras sonreía.

— Qué curioso. A mí también, justo cuando me dijo que sí a la propuesta — admitió Beatriz.

— Pues yo lo siento, Beatriz, pero voy a disfrutar el momento — dio un pequeño sorbo a su bebida y volvió a besarla con ganas.

Beatriz sentía que se centro palpitaba. Esta vez el beso.era mucho más profundo. Era la declaración abierta del deseo y ella lo correspondió entregándose a él. Sus lenguas danzaban en sus bocas. Era succión, mordiscos, labios y lengua en una lucha por no ceder aún, pero por gozarse al máximo.

Marcela sentía la urgencia de su cuerpo. Sentía como se le calentaba la piel pidiendo más, pero no ese día, no podía ir más allá todavía. Calma, necesitaba calma, pero también necesitaba mostrarle a Beatriz cómo la enloquecía.

Se separaron y solo se pudieron mirar con los ojos llenos de deseo. Ardían. Sabían que la una a la otra se deseaban y que si no paraban ahora, podría ser peligroso.

Mientras tanto, la canción terminaba en el lugar y ellas solo bebían sus tragos para intentar calmarse.

Ahora llegaba la calma y la tranquilidad de saber que era mutuo, sincero y genuino. Ahora comenzaba realmente todo y debían hablar claro antes.

Y sí, Beatriz tenía razón, Game Over Marcela Valencia.


Destino - Marcela y BettyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora