Confesión

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Marcela llegó a su apartamento y se tiró a la cama. Estaba dichosa. Era como si el amanecer estuviese llegando a su vida. Era una realidad que nunca pensó vivir y que le hacía sentir mucho. Una ilusión nueva, las ganas de amar de verdad despertando en su ser. Le pareció que la vida daba muchas vueltas y que le estaba dando una cachetada luego de haber menospreciado a Beatriz en el pasado.

Pensaba en los próximos días. En poder compartir con ella, aprender tantas cosas y enseñarle otras y, por supuesto, poder perderse en ese cuerpo que apenas con el tacto la enloquecía. Imaginaba tocar esa cintura desnuda, perderse en su cuello, sin miedo, con calma, con pasión.
El sueño la venció rápidamente y durmió con la placidez que hace mucho no experimentaba.

Beatriz llegó a su casa con una sonrisa tonta pegada a sus labios. No la podía controlar, así como tampoco era consciente del brillo de sus ojos. Entró a la sala y encontró a sus padres terminando de cenar.

— Hola, mamita, ¿Cómo me le fue? — se levantó doña Julia y fue a abrazarla, pues se había quedado preocupada con el aparente desánimo que había tenido la noche anterior y en la mañana.

— Bien, mamá, hoy fue un muy buen día. Tengo hambre — sonrió y correspondió el abrazo de su madre, su otro remanso de paz — Hola, papá.

— Hola, mija — habló retirando los platos vacíos hacia un lado— ¿ Cuénteme? ¿cómo va todo?— la miraba con suspicacia.

— Bien, papá, no se preocupe, mañana puede ir y recoger el informe de este mes para que se lo pase a don Roberto, además de que hay varias cosas de impuestos que toca revisar bien porque la colección está pidiendo una gran inversión — comentaba mientras se quitaba chaqueta y se disponía para comer. El apetito le había vuelto de repente.

— Ah, bueno, mija. Eso sí, si se va a demorar un poco en llegar avise, para no preocuparnos— dijo don Hermes con calma.

— Sí, papá, es que hoy me quedé trabajando un poco — mintió mirando el plato.

— Mamita, coma tranquila que su papá ni había mirado la hora hasta que la escuchó llegar — dijo doña Julia notando la actitud enérgica de Beatriz, además de ese brillo en los ojos. Un brillo conocido para ella.

Terminó de comer y se dispuso a ayudar un poco a doña Julia con los platos. Mientras los secaba la escuchaba hablar sobre algunas vecinas.

— Oiga, mija, ¿Ese señor la ha llamado o la ha buscado?— preguntó Julia con tacto.

Betty alzó los hombros, dándole a entender que no le interesaba.
— Para nada, mamá y así es mejor. ¿Sabe?, hoy volvió doña Marcela — dijo con una sonrisa.

Doña Julia sintió un dejo de emoción en ese comentario y la miró con los ojos entrecerrados.
— ¿Ah sí? — le pasó un plato a Beatriz — ¿Y le dijo algo?

Beatriz se calló un momento mientras pensaba. Tal vez sincerarse con su mamá era lo mejor. Ya una vez le había ocultado la verdad y eso lastimó la confianza de su madre. Pero no sabía cómo hacerlo, porque no era solo el hecho de que le gustara alguien, sino que era ella, una mujer, la ex de él hombre que amó.

— Mamá, yo ... Quisiera ser sincera con usted, pero prométame que esto solo va a quedar entre las dos.

Doña Julia estuvo el movimiento de sus manos, lo presentía, sabía que ese mirar diferente, ese cambio de humor, se debía a algo.
— Ay, Bettyca, siempre que usted me dice eso me dan como nervios.

Betty se recostó en la encimera y le pidió el cielo que le diera la fuerza y las palabras correctas para poder confesarle a su madre lo que pasaba.

— primero que todo, quiero que esté tranquila, mamá. No ha pasado nada malo, por el contrario, es algo que me hace feliz.

Destino - Marcela y BettyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora