El acuerdo

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Odiaba la distancia en ese momento. Juraría que la besaría en ese instante si la tuviese en frente. Se prometió eso, se prometió no detenerse y besarla. Ya no había más qué hacer. No había marcha atrás. Le gustaba demasiado Beatriz Pinzón Solano.

La sonrisa no se le borraba del rostro. Toda la desazón de los últimos días había desaparecido en ese momento, es como si fuese una maga que con un chasquido le borrase la tristeza, el dolor, la rabia.

Dejó la carta sobre la cama y la observaba de lejos. Negaba con la cabeza. Tanto pensar y reprocharse  el arrebato de ese detalle y resulta que Beatriz le estaba siguiendo el juego. Era claro ahora todo con ese poema. La puerta estaba abierta y ella ya no podía ni quería negarse a entrar.

Buscó  en la mesa el teléfono del hotel y marcó. Eso no se iba a quedar así. No podía pretender sorprenderla de esa manera, revivirle tantas emociones, decir lo que decía, admitir la realidad y quedar impune. Tres pitidos bastaron para que la dulzura de su voz le respondiera.

— Buenas tardes— dijo Beatriz, con la normalidad de cualquier llamada, no sabía de donde provenía.

— ¿Entonces quiere jugar?— le dijo Marcela en tono coqueto.

Beatriz quería gritar. Se le ponía la cara roja ante esa voz.
— Sí, quiero...— respondió con seguridad— aunque me gustaría saber primero las reglas del juego.
Marcela negaba. Beatriz estratega al oído.

— Eso depende, puede que sean reglas fijas o modificables, además, es un juego de puntos¿Sí sabía? — Marcela le hablaba con galantería, le brotaba de su ser esa naturaleza dominante y  seductora.

Beatriz se rió un poco.

— Pero no me ha dicho las reglas y ya me está hablando de puntos, ¿Hay alguna recompensa a cambio de ese puntaje?— le preguntó Betty fingiendo seriedad.

— Digamos que, ya que estamos en este tono, las reglas son negociables y los beneficios son de mutuo acuerdo entre las partes ¿Le parece?

— Pero supongo que debe haber algún riesgo para que suene tan fácil y tentadora la oferta.
—Todos los riesgos pueden existir en acuerdos como estos. Las dos partes pueden salir muy beneficiadas o muy afectadas. Pero le garantizo que van a ser más las satisfacciones...
—¿Cómo me podría garantizar eso?
— De entrada, con ese poema, se lleva 1000 puntos - dijo Marcela con entusiasmo.
— ¿Y qué puedo reclamar yo con ese puntaje? — le siguió la cuerda Beatriz.
— Depende, este mercado es bastante capitalista, entonces depende de la oferta y demanda. Por ahora, quizás, una llamada de buenas noches mientras pueda volver para decírselo de frente...
— Bastante tentadora la oferta, pero me quedaría sin puntos con ese canje.
— Bueno, eso depende, las llamadas pueden ser como una hora feliz que le ayude a conseguir puntos dobles.
—¿,Ah sí? O sea que puedo hacer puntos es las llamadas. Me interesa, sabe...
— bueno, ahí está la oferta.

Beatriz era una negociadora astuta y maliciosa. Así que se atrevió a ir más allá.
— Me llama mucho la atención, pero creo que voy a pasar. Es que necesito ahorrar puntos porque me interesa canjearlos por algo que me interesa muchísimo más y pues, mientras vuelve, voy a poder reunirlos.

Marcela se rió con nervios. Era en serio. El juego había comenzado.

— Ah, sí, bueno, ya que plantea seguir canjeando sus puntos conmigo, podría hacerle una promoción, al fin y al cabo, esto que tengo en mis manos podría tomarse como una carta de intención.
— o de declaración, si quiere — afirmó Beatriz mientras giraba la pluma en sus dedos— pero cuénteme, en qué consiste la promoción.

Marcela torció los ojos. Definitivamente negociaba hasta con la muerte esa mujer.

— Digamos que puedo rebajarle a la mitad la oferta inicial y darle el triple de puntos en dos llamadas, las que usted escoja, para que pueda llegar más rápido a su meta

— Bueno, no suena mal, es muy buena idea. A ver... — se movía en la silla de un lado para otro, como adolescente enamorada — si me da tres llamadas con triple puntaje, acepto.

— ¿Tres llamadas? No, eso es mucho tiempo y puntaje. Tiene que esforzarse más, doctora Pinzón.

Betty se reía abiertamente. Se sintió plena en ese momento.

— Créame, valdrá la pena si me deja intentarlo, si a la primera llamada no logro conseguir más puntos que hoy, entonces solo me deja una llamadas más para triplicar.

— Hecho. Es un trato — dijo Marcela con satisfacción mientras terminaba de guardar unas cosas en su bolso.

— Hecho, bueno, este acuerdo es de palabra, cuando vuelva lo firmamos, o si prefiere le envío un fax— bromeó Beatriz mientras se levantaba de la silla para caminar un poco y canalizar la energía que le brotaba del cuerpo.

— Eso suena tentador, pero no, prefiero esperar al regreso a ver cómo sellamos el pacto — le entraron unas ganas irrefrenables de tomar el primer avión y volver.

— Entonces, así quedamos. Que comience el juego— dijo Betty con todo solemne.

— Hasta esta noche, Beatriz — le susurró con dulzura y sensualidad.

— Hasta esta noche, doña Marcela — respondió mientras se sentaba en el mueble y echaba la cabeza hacia atrás.

Colgaron al tiempo y Beatriz sintió que algo electrizante le recorría el cuerpo. Era la vida fluyendo nuevamente. Era una sensación poderosa que le hacía sentir en el presente y disfrutarlo. Aunque debía admitir algo, Marcela era terriblemente mala negociando, había cedido en todo, no le significó mucho esfuerzo convencerla.

Marcela no podía contener su sonrisa mientras iba en el taxi para el teatro. Recordaba el poema y negaba con la cabeza. Ya no había marcha atrás, ya estaban las dos hundidas hasta el cuello y todo, estando tan lejos. Le quedaba algo por hacer antes de volver. Ya la decisión estaba tomada, solo quedaba terminar algunos pendientes, hacer lo que debió hace mucho y regresar...

Destino - Marcela y BettyUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum