Karma

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El nudo en su garganta se instaló de inmediato. Ese frío en sus pies había vuelto a apoderarse de él. Ya no apretaba los puños porque el sudor en sus manos y el temblor de las mismas no se lo permitían. Estaba allí, con la mirada fija en la escena que acababa de presenciar. Algo se rompió dentro suyo, no sabía que era. Tal vez su corazón, sus ilusiones o su ego. Una lágrima se escapó de su ojo y es como si hubiese abierto las compuertas de un dique, porque las demás salieron frenéticamente. No escuchaba nada a su alrededor. Su realidad se había distorsionado y parecía haberse quedado atrapado en un bucle donde ese beso sucedía infinitas veces.

— Doctor, ¿qué va a ordenar?
— Un whisky doble.

El mesero lo arrancó de esa escena o tal vez lo salvó. No miraba nada que no fuera  a la pareja de mujeres que comían y charlaban mientras sonreían. Solo respondió y cuando lo sintió alejarse, soltó un leve sollozo que no sabía que estaba conteniendo.

Se llevó las manos para cubrirse la nariz y respirar, no podía dejar de mirarlas, sentía que el puñal que se había clavado ahora giraba de un lado a otro. Era una compenetración, una química, es como si el mundo al rededor de ellas no existiera y solo importaran las dos. Llegó el whisky y lo bebía lentamente mientras analizaba la interacción.

Veía claramente cómo Marcela se derretía cuando Beatriz ponía un mechón de pelo tras su oreja y luego le acariciaba la mejilla. Veía como deseaba a Beatriz y cómo se mordía suavemente los labios, conocía esa mirada de deseo, de pasión y lo constantó cuando Beatriz agachó un poco la mirada con timidez, pero también con una sonrisa pícara. Sintió que le hervía la sangre. No sabía si verlas encariñadas era peor que verlas seduciéndose o viceversa. Se terminó el whisky y acomodando su gorra dejó unos billetes sobre la mesa y salió, no sin antes dar otra buena propina para garantizar el silencio ante su corta estadía.

— Marcela, creo que este fin de semana va a ser imposible vernos. Tengo muchísimo trabajo, amor — Betty torció el gesto porque en realidad deseaba pasar tiempo con ella, pero la colección estaba encima.

Marcela se quedó pensativa un momento mientras fruncía el ceño.

— Tengo una idea — dijo curvando los labios y dedicándole una mirada brillante.

— No, Marcela, tus ideas siempre me llevan al mismo lugar— respondió la presidenta negando con la cabeza y sonriendo también.
— ¿ A mí apartamento? — preguntó confundida.
Betty negó y se acercó al oído de su novia.

— Entre sus piernas — le susurró.

Marcela cerró los ojos y soltó un poco el aire para sentir cómo todo su rostro se calentaba.  Cuando los abrió, Beatriz sonreía triunfantemente.

— No lo puedo creer, hice sonrojar a Marcela Valencia — se rió y contagió a una  Marcela roja como un tomate con su risa.
Marcela no podía hablar, en realidad había logrado sonrojarla. Solo reía y se abanicaba con la mano. Por fin carraspeó y pudo hablar.

— No juegues así conmigo que yo también puedo hacerlo, preciosa. Quién te manda a ser tan buena con esa lengua — esto último se lo dijo en voz baja y mirándola a los ojos.

Beatriz no le quitó la mirada, pero tampoco pudo evitar el sonrojo en sus mejillas.

— Sí seguimos con este juego, vamos a terminar mal, Marcela.

Marcela espabiló y soltó el aire.

— Está bien, está bien. Amor, lo que quiero decirte es que podríamos ir juntas a Ecomoda el fin de semana y trabajar allí. No sé en qué pueda ayudarte, pero algo puedo agilizar.

Beatriz la miró con ternura.

— ¿Por qué lo hace? — le preguntó mientras le tomaba la mano.
Marcela habría podido decirlo en ese momento, pero no sintió que fuese el indicado.
— Porque somos un equipo¿Recuerda?— respondió con voz suave, pero su mirada era profunda y cargada de emociones.

Destino - Marcela y BettyWhere stories live. Discover now