Fantasma

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Ante la ignorancia de la nueva residencia de Marcela, los esfuerzos por descubrir la verdad sobre el rumor se centraron en Betty. Estacionó a unos metros de su casa y usaba gorra y ropa deportiva. Había despertado muy temprano, el cansancio y el whisky le habían regalado una noche de sueño tranquilo y ahora sentía mucha energía.

No pasó mucho tiempo para ver a Betty salir acompañada de Nicolás. Ahora que podía verla con más claridad notó lo hermosa que estaba. Aún más que la última vez. Sintió una punzada de celos y dolor ante la posibilidad de que estuviese compartiendo sus besos, su cuerpo, su ser con otra.

Los siguió a una distancia prudente. No sabía si esa normalidad era tranquilizante o más angustiante. Ahora que tenía más calma, pensaba que posiblemente de ser cierto utilizaría una estrategia. Al fin y al cabo tenía algo a su favor, aunque no lo pareciera.

Llegaron a Ecomoda sin novedad, antes de la hora de llegada de los empleados, por lo que se dirigió a buscar algo para desayunar mientras era la hora. Después volvería para esperar el arribo de Marcela.

Marcela no apareció en toda la mañana por Ecomoda. Tenía asuntos pendientes de publicidad, los cuales eran más complejos, teniendo en cuenta el gran despliegue que se conseguiría con la participación de las otras marcas. Sin embargo tenía planeado ir a almorzar con su novia ya que las restricciones de su casa estaban disminuyendo sus encuentros nocturnos y en verdad anhelaba volver a despertar a su lado.

Betty estaba teniendo problemas de estrés que escalaban silenciosamente. Sabía que todo lo que planteó implicaba un gran esfuerzo y agradeció el trabajo colaborativo con su novia y Catalina de no ser así, ya habría enloquecido. Por otro lado, una parte de sí estaba hastiándose del excesivo control de su padre y de cómo esto la obligaba a mentir todo el tiempo. Si tuviese la posibilidad de vivir un amor libre, lo haría, pero esa no era su realidad y cambiarla no era un opción por el momento.  Estaba un poco irascible y ansiosa y solo esperaba que la semana terminara para que llegara el lanzamiento de una vez por todas.

La hora del almuerzo había llegado y Marcela no llegó a Ecomoda. Una llamada sacó a Beatriz de sus cavilaciones y al ver el contacto de su novia sonrió.

— Hola, amor— le dijo con ternura.

— Hola, preciosa, ¿Cómo vas?— correspondió Marcela mientras sonreía y un brillo en sus ojos los adornaba, no quitaba su vista del tráfico, pero sentía la voz de Beatriz como una caricia.
— la verdad, un poco estresada, siento que no nos va a dar el tiempo, hay unos retrasos en producción y eso me preocupa ¿Cómo le fue en la agencia?

— Bien, no te preocupes, todo va bien con la publicidad y medios. ¿Te parece si te espero en El Manatí?

— Sí, amor, voy saliendo para allá. Ya nos vemos.
— Vale, nos vemos ahora.

Armando estaba adormilado cuando Beatriz salió de Ecomoda. Despertó inmediatamente e intentó encender el coche, pero no arrancaba. Mientras tanto, Beatriz andaba en reversa para emprender su camino. Armando continuaba en vano sus intentos por encender el coche, pero nada conseguía. Golpeó el volante con las manos y se desesperó. Alzó la vista y observo su salvación, una mujer alta y de cabello rubio ondulado bajaba de un taxi justo en frente suyo.
Abrió la guantera y tomó su billetera, celular, bajó del coche y se acomodó la gorra.

—¿Está libre? — preguntó al taxista desde la puerta del copiloto, sobresaltándolo.

— Sí, siga— respondió el conductor un segundo después.

Montó y trató de divisar el coche de Beatriz que no había avanzado mucho como para perderlo de vista.

— amigo, siga ese carro azul, le voy a pagar el doble— dijo con seriedad mientras su corazón comenzaba a acelerarse. Se sentía como un loco, presentía que el momento había llegado.

Mientras seguían a Beatriz llamó a la empresa del alquiler y pidió que fuesen a recogerlo, después pasaría a llevar otro que valiera la pena realmente. Su angustia aumentaba al darse cuenta al lugar al que se dirigían. Trataba de engañarse, quizá era un almuerzo de negocios, una cita con algún proveedor, cómo en sus tiempos de presidente. Ojalá fuese eso. Anhelaba que fuese eso.

Mientras la persecución seguía, la rubia alta llamaba la atención de Wilson y Freddy. Miraba todo el lugar como si no lo conociera. Ante la belleza de la mujer, los dos hombres solo hacían gestos. Era evidente que era extranjera. Aura María y Mariana la miraban con curiosidad.

— Buenas tardes, en qué le puedo ayudar — preguntó la recepcionista.
— Buenas tardes, gracias. Estoy buscando a Marcela Valencia— dijo con una sonrisa espléndida y un marcado acento italiano. Freddy inmediatamente se percató y entró a la conversación.

— Ciao, signorina. Come stai? — habló en italiano mientras la mujer disimulaba un gesto de gracia ante el acento de Freddy, le recordó el acento de alguien la primera vez que se saludaron.

— Grazie mille, sto cercando Marcela Valencia— respondió y Freddy solo atinó a entender que preguntaba por su jefa.

— La doctora Marcela...
— La doctora Marcela no se encuentra en este momento— dijo Aura María con desconfianza— y se demora en volver — miró a Fredy advirtiéndole que dejará de lado sus galanteos.

— ¿Quiere dejarle alguna razón? — preguntó Mariana tratando de apaciguar los ánimos.

— No, Grazie. Ciao— y sin decir más, se giró con elegancia mientras dejaba a todos con miles de preguntas en su cabeza.

En el Manatí, Beatriz ingresaba con una sonrisa en sus labios. Le indicaron en dónde se encontraba Marcela y caminaba hacia allí mientras la miraba con mucha emoción. En cuanto estuvo a su lado, se inclinó y tomándole el mentón le plantó un beso suave sobre los labios.

— Hola — dijeron al unísono y sus miradas solo delataban el deseo y el sentimiento que cargaban.

Beatriz tomó asiento junto a Marcela y soltó un suspiro.

— Me tomé el atrevimiento de ordenar por las dos, para ahorrar tiempo — le dijo Marcela mientras le tomaba la mano y se la acariciaba con suavidad.

— Espero que no sea nada ostentoso ni internacional. No vaya a ser que me haga un test de gastronomía como su hermano — bromeó la de lentes mientras se deleitaba con las caricias en su mano.

Armando estaba bajando del taxi y pagándolo. Estaba por entrar cuando el anfitrión lo detuvo.

— ¿Hacía donde se dirige el se...? ¿Doctor Mendoza? — inquirió sorprendido por la vestimenta deportiva.

— Sí, hermano, soy yo. Me puede buscar una mesa bien escondida, yo sé que no estoy presentable, pero es que estaba en el gimnasio y no me dio tiempo.

— Doctor, por mí no hay problema, pero es que me van a regañar y además adentro está su prometida con la presidente de Ecomoda— dijo el hombre rascándose la cabeza — ¿Viene a almorzar con ellas?

Armando sintió el frío en su cuerpo y descender a sus pies.
— ¿Marcela está adentro? — dijo con un hilo de voz.

— Sí, doctor, mire, ahí está el carro— señaló la camioneta de Marcela y Armando giró su cuerpo por completo mientras apretaba los puños.

El frio en sus pies se convirtió en una corriente eléctrica que le calentó la sangre, sentía cómo ardía la boca del estómago. Se sintió caer en el vacío.

Recuperó la cordura un momento.

— ¿Me va a dar la mesa que le dije? Lejos de ellas, pero que las pueda ver— Dijo con gesto suplicante mientras ponía un billete de alta denominación en el bolsillo de la camisa del anfitrión.

El hombre dudó unos segundos ante la compleja situación y luego cedió.

Destino - Marcela y BettyWhere stories live. Discover now