A solas

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Marcela se duchó, comió algo ligero y se fue a la cama. Estaba tratando de evitar caer en la misma tentación de la noche anterior, pero por más que trataba de concentrarse en lo que veía en el televisor, no podía. Se había puesto una bata de satín de tiras, estaba a punto, sabía que solo necesitaba iniciar y después no pararía, como la noche anterior.

Se llevó una mano a la nuca y cerró los ojos, no había marcha atrás, lo necesitaba. Comenzó a acariciarse el cuello con suavidad y parsimonia, en su cabeza solo estaba ella, la imaginaba ahí, encima, besándole el otro lado del cuello mientras la acariciaba. Poco a poco se fue uniendo la otra mano que descendió lenta y peligrosamente por si clavícula hasta su seno y lo apretó con la misma ferocidad y suavidad que Beatriz lo había hecho la noche anterior, luego su otra mano tomó el otro.

Comenzó a amasarlos y les iba imprimiendo cada vez más fuerza. Era como si las manos de ella le estuvieran recorriendo el cuerpo y ella no pudiera más que contonearse en la misma sintonía. Sentía la piel caliente, la humedad comenzando a brotar y recreaba en su mente y en su cuerpo aquella vez en que le acarició la pierna a Beatriz en el baño.

Un gemido sordo salió de su boca al imaginarla sobre ella, hablándole al oído, diciéndole que la deseaba. Una de sus manos siguió aferrada a amasar su pecho mientras la otra descendía, como una serpiente, hacia su monte de venus. Su boca estaba secándose y ella solo podía añorar los besos y la lengua de Beatriz paseando en su boca y en su cuello con avidez.

— Beatriz — susurraba apretando los ojos.

Su mano siguió el camino conocido y se abrió paso entre sus labios externos, rozó con suavidad el capuchón de su clítoris y sintió el botón de placer comenzando a endurecerse. Siguió el camino hasta que se encontró con su propia humedad, la tocó y su vagina se contrajo de excitación, abrió las piernas y rápidamente se deshizo de la tanga negra que sentía que le estorbaba.

Retomó el camino y con dos dedos llevó un poco de aquella humedad abundante hasta su clítoris. En su mente revivía ese momento del día anterior en el carro, la imagen de los senos de Beatriz adornados con ese encaje negro. Solo Dios sabía cuánto le costó controlarse, solo él sabía el esfuerzo sobrehumano que tuvo que hacer para no desnudarla ahí mismo y devorarla entera. Por eso tuvo que llegar a su apartamento y complacerse a solas, porque estaba al límite. Esa imagen estaba tatuada en su cabeza y la animaba con ilusiones en donde le quitaba el brasier y le chupaba los senos hasta que los pezones se ponían duros.
Comenzó a estimularse lentamente mientras sus caderas hacían un ligero movimiento. Las imágenes en su cabeza comenzaban de nuevo, ahora pensaba en Beatriz sentada sobre el escritorio de su oficina, abierta de piernas y dispuesta para ella. Eso le hizo intensificar el movimiento de sus dedos mientras la otra mano subía a su cabeza y le acariciaba el pelo y se enredaba en él.

Siguió así, con dos dedos hacia círculos sobre y al rededor de su clítoris, cada vez más rápido, mientras que con la otra mano se recorría partes del cuerpo y en su mente y su cabeza la voz de Beatriz le repetía que le prometiera que no dormirían esa noche.

Comenzó a sentir un corrientazo en la planta de sus pies que subía por sus piernas y se concentraba en su centro. El pecho le quemaba. Su respiración era cada vez más forzosa y sus dedos tenían vida propia, gemía y decía el nombre de Beatriz mientras su cadera se danzaba para darle más presión y placer.

El orgasmo estaba llegando y ella no podía ni quería detenerse, su mente viajaba de un recuerdo de Beatriz a otro, de la sensación de sus besos en el cuello y sus manos en sus senos, de su voz. Todo era ella y no quiso contenerse más. Comenzó a gemir con fuerza y sus dedos presionaron más su centro mientras se movían a toda velocidad en círculos. Casi se sentó en la cama con los ojos cerrados y seguía masturbándose con fuerza hasta que estalló, sintió que subía a la nada por casi un minuto y volvía a regresar, poco a poco, mientras sus dedos bajaban la velocidad y su espalda estaba casi arqueada liberando una de las sensaciones más gloriosas de un ser humano.

Abrió los ojos y sonrió con satisfacción. Sintió que la tensión se iba aliviando. Estaba loca, no había duda, Beatriz la estaba volviendo loca. Aquella joven de ojos oscuros y cabello ondulado, la estaba haciendo conocer el cielo y el infierno sin ni siquiera tocarla y Marcela estaba segura que no podría aguantar mucho tiempo así. Se conocía y solo anhelaba que Beatriz cumpliera su promesa o ella misma la robaría cualquier noche de estas para por fin hacerla suya.

Destino - Marcela y BettyWhere stories live. Discover now