Es mejor llegar a tiempo que ser invitada

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Comenzaba una nueva semana y con ella todo el ajetreo de iniciar la producción para la nueva colección. Marcela había revisado con anterioridad los diseños de Hugo y había dado el visto bueno. Ahora solo quedaba arreglar con los proveedores, iniciar la publicidad, pautas comerciales e ir implementando los cambios necesarios para la nueva estrategia de ventas.

Beatriz llegó a Ecomoda acompañada de Nicolás y don Hermes, su padre venía a dedicarse a hacer la Contaduría y auditoría de la empresa mensual, por lo que estaría todo el día dando vueltas por Ecomoda y eso significaría que ella y Marcela tendrían que abstenerse de cualquier encuentro en la empresa.

Marcela llegó con una sonrisa de oreja a oreja. Todo Ecomoda era testigo del gran cambio en ella desde que había regresado de Miami, era otra, más tranquila, más alegre y con la vida fluyéndole. Pasó directo a presidencia en cuanto llegó, ni siquiera dejó que la anunciaran, simplemente abrió la puerta y agradeció no haber dicho nada comprometedor en cuanto vio quién estaba acompañando a Beatriz.

— Holaaa... Beatriz — redujo el ánimo de su saludo — señor Pinzón, ¿Cómo le va? — dijo extendiéndole la mano.

— Buen día, señorita Valencia. Muy bien, muchas gracias — respondió don Hermes y le apretó la mano con fuerza.

— Buen día, doña Marcela — dijo Beatriz mientras veía el intercambio de Saludos entre su padre y su ahora ¿Novia? Trató de controlar la tentación de risa y solo dibujó una ligera sonrisa que no pasó desapercibida para Marcela. Era obvio que estaba disfrutando el momento.

— ¿Qué lo trae por aquí, don Hermes? — preguntó para aligerar la tensión.

— Fíjese que el fin de semana se terminó el mes y vine a poner al día la contabilidad y enviar el reporte mensual a don Roberto Mendoza, entonces hoy me van a ver por aquí todo el día. Aprovecho que la veo para que,por favor, me entregue las facturas y tiquetes de sus gastos de viaje en Miami, necesito legalizar esos viáticos.

— Claro que sí — se metió las manos en los bolsillos traseros de su pantalón para disimular su nerviosismo — mi secretaria los tiene todos, ella se los puede entregar.

— Muchas gracias, permiso— dijo don Hermes y se retiró de la oficina de la presidencia sin más.

Beatriz esperó a que su papá saliera para soltar la risa que estaba conteniendo. Marcela sonreía y negaba con la cabeza ante la pícara risa de Beatriz.

— Por Dios, Beatriz, casi me muero del susto — se acercó al escritorio y se inclinó sobre él — y usted en vez de ayudarme se burla...

— Perdón, lo siento, es que me divertí mucho, señorita Valencia — respondí Beatriz muy cerca de su cara imitando a su padre— pero por más que me cueste es mejor que se aleje, antes de que mi mamá entre por esa puerta y nos pille.

— ¿Qué pasa? ¿Le da miedo Beatriz? — se lanzó rápido y le robó un beso fugaz y se enderezó — no me voy a privar de besarle esa boca tentadora siempre que pueda.

Beatriz se quedó fría. En realidad si sentía temor por lo que llegara a pasar si su padre se enteraba. Le daba pánico su reacción.

— Marcela, por favor, es en serio — se acomodó las gafas — yo también me muero por besarla, pero es mejor cuidarnos...

Marcela sonrió.

— tranquila, Beatriz, solo estoy bromeando — solo vine a saludar porque voy a dar una vuelta por los almacenes del norte para ver cómo va todo.

— Creo que es lo mejor y así me evito la tentación de ir a su oficina a besarla— dijo Beatriz mientras le apuntaba con la pluma que tenía en la mano.

— Cuando quieras, preciosa— respondió Marcela y guiñándole un ojo se dio media vuelta y se fue, tenía planes y necesitaba irse.

Beatriz solo sonrió mientras su estómago vibraba de alegría al escuchar cómo la llamó.

Marcela corrió a su oficina y recogió unos informes de punto de venta, sí iría allí, pero más tarde. Ahora que confirmaba que don Hermes estaría en Ecomoda todo el día, tenía algo muy importante por hacer y era el momento perfecto. Le dijo a Patricia que estaría en los almacenes y salió hacia su destino.

Julia estaba leyendo una novela romántica de origen francés mientras disfrutaba de su día a solas, ya que su esposo estaría todo el día en Ecomoda. Había hecho el que hacer e incluso adelantado algo del almuerzo y ahora, por fin tenía paz para dedicarse un rato a lo que le gustaba. Tenía té sobre la mesa, galletas y estaba tranquilamente concentrada en la lectura cuando escuchó un carro llegar, a los pocos segundos, tres golpes en la puerta la hicieron cerrar el libro e ir a ver quién era.

Abrió la puerta y casi que quiso cerrarla de golpe al ver quién era. Abrió los ojos como platos y parpadeó después para ver si era real o no.

— Buenos días, doña Julia— saludó Marcela con una sonrisa tranquila.

— Bu... Buenos días, señora Marcela — volvió a la realidad de repente — ¿Usted qué hace aquí? — preguntó con reticencia.

Marcela respiró profundo y habló.

— Sé que le puede parecer extraño, pero necesito hablar con usted y las dos sabemos sobre qué...

Julia la interrumpió.
— Discúlpeme, pero yo no quisiera hablar sobre eso, ya le dije a mi hija lo que pienso y además en cualquier momento puede llegar mi esposo y le va a parecer extraño que usted esté aquí.

Marcela sonrió con amabilidad.
— Doña Julia, su esposo está en Ecomoda y se va a quedar allá todo el día, vengo de allá. Y estoy aquí, yo, Marcela Valencia, poniéndole la cara porque necesito que me escuche. No quiero ni pretendo hacerla cambiar de parecer, pero al menos, que podamos hablar de mujer a mujer.

Julia apretó el marco de la puerta con la mano. Lo pensó durante casi un minuto y Marcela solo levantó las cejas para saber si aceptaba o no. Julia abrió la puerta para que siguiera y soltó el aire. Estaba segura que se arrepentiría de eso, pero lo prefería antes que quedarse con la duda de no haberlo hecho.

Marcela miró la casa en silencio, se quedó parada entre el pasillo que conectaba las escaleras, la sala de visitas y el comedor.

— Siga por acá — dijo Julia llevándola a la sala e indicándole el mueble para que se sentara — ¿Quiere jugo de mora?

Marcela sonrió y asintió. Indiscutiblemente era la bebida predilecta de todos los Pinzón.

— Sí, muchas gracias.

— Ya vuelvo — dijo Julia y se encaminó a la cocina, su gesto no era amable ni agradable, apenas serio.

Julia estaba molesta y nerviosa. ¿Qué podría decirle esa mujer que la hiciera cambiar de parecer? ¿Qué necesitaba ella escuchar? Sin embargo, le aprobaba el valor de ir y ponerle la cara después de todo. Algo que ni siquiera Armando Mendoza hizo. Por otra parte, no podía negar que su hija estaba volviendo a la vida después de todo y en parte era gracias a la mujer que estaba sentada en la sala y para ella, que la vio casi morir en vida dos veces , eso tenía mucho valor.

Destino - Marcela y BettyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora