Rumores

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Las inseguridades frente a la inesperada visita del francés apenas si eran un recuerdo. Unas semanas habían pasado desde lo sucedido y el romance en pleno se apoderó de ellas. Era como si no pudiesen estar lejos la una de la otra por mucho tiempo, se buscaban constantemente, cualquier momento era oportuno y las escapadas nocturnas hubiesen sido una constante sino fuese por las restricciones de don Hermes hacia Betty. Por otro lado, doña Julia mantenía su promesa de no entrometerse, aunque no podía negar que su hija estaba siendo enormemente feliz. Era un sentimiento palpable, lo notaba ella y también Hermes y eso la atemorizaba, sabía que de llegar a saberlo, el caos era lo más barato que podría acontecer.

En Ecomoda se sentía la tensión del lanzamiento. Modelos revoloteando por los pasillos, producción a toda máquina y  comités constantes para que todo fuese sobre la marcha. Lo que no mejoraba en nada era la relación de Beatriz y Hugo. Los ataques pasivo agresivos eran una constante en los comités y Marcela trataba de mediar entre ellos para que las cosas no fuesen más tensas.

Beatriz recordaba cada vez menos a Armando, es como si ya se hubiese esfumado de su cabeza y cada vez estaba más fuera de su corazón. Marcela había entrado en él y había sacado a patadas a cualquiera que alguna vez lo hubiera ocupado.

Ecuador era la última parada de Armando en su viaje. Todo iba bien, sorteo los negocios y llevaba muy buenas noticias a Colombia. Estaba por cerrar ese ultimo trato cuando una llamada de Mario despertó ansiedades.

—¿Qué hubo, hermano? ¿Ya logró la reunificación de la gran Colombia?
— Mario, sea serio, hombre. Cuénteme usted cómo va por allá.
— Bien, hermano, bien. Pasado mañana es la junta definitiva aquí en Puerto Rico, pero yo creo  que ya está más que segura esta franquicia. Falta que ellos vayan a Colombia y cerramos trato.
— qué bien, Mario. Eso es lo que necesitamos para que se acabe este infierno. Yo también ya casi cierro aquí, vuelvo a Colombia la otra semana para el lanzamiento.
— Mi querido ex-presidente, yo no es que quiera amargarle el viaje, pero tengo que contarle algo. Primero que todo quiero que sepa que es un rumor, un chisme de una amiga, pero no está de más asegurarse.

Armando torció los ojos desde la cama de su habitación en el hotel.

— Usted sí que cosa, Calderón, ahora con qué va a salir.
— ¿Está sentado? — preguntó en tono serio Mario.
— Sí, Calderón, estoy sentado — contestó con hastío.
— Bueno. Escúcheme bien. Resulta que estuve hablando con Maritza y me comentó que su ex novia está saliendo con alguien. Que las han visto varias veces muy acarameladas en restaurantes y en otros lugares.

— ¿Marcela? — preguntó con inquietud.
— Sí, Marcela. Su exnovia, porque Betty es su examante— no pudo evitar el comentario su mejor amigo.
— Vea, hermano, realmente a mí me importa muy poco lo que haga Marcela. Como le había dicho, ya terminamos y fue muy tranquilo. Está en todo su derecho de salir con quien quiera.
— ¿Está seguro? Porque es que no le he dicho con quién está saliendo.
— No me interesa, Mario. ¿En serio me llamó para eso? Coja oficio hermano.
— ¿Será que el dignísimo expresidente me deja terminar el cuento?
— Hermano, yo cómo le hago entender que no me interesa. Es en serio, no me interesa. Déjeme tranquilo. Es más, para que vea, me alegra que esté rehaciendo su vida y que...
— ¡Está con Betty! ¡Está con Betty! — lo interrumpió con desespero Mario — pero como le digo hermano, es un chisme, un rumor.

El silencio sepulcral al otro lado del teléfono hizo que Mario también se callara.

— ¿Es una broma, cierto, Calderón? Está muy desocupado usted cómo para ponerse con esas bromas.
— No, Armando, no es una broma, pero tampoco lo podemos confirmar porque estamos lejos los dos. Si se lo estoy diciendo es para que esté prevenido cuando vuelva.
— Eso es imposible. Ellas se detestaban. Además, Beatriz no tenía indicios de ser así. No ella. Marcela pues estuvo en Europa y allá es otro cuento, pero ¿Betty? ¿Mi Betty?
— Pues es que yo tampoco lo creo. Por lo mismo, es que sería irónico que precisamente las dos mujeres a las que usted les rompió el corazón ahora estén juntas. Además, Marcela detestaba horrores a Beatriz. Pero pues es lo que me dijeron, hermano. Y no sabemos qué ha pasado en este tiempo. A eso súmele que Marcela se tomó el trabajo de ir a terminarle en su cara y de manera definitiva.

La cabeza de Armando daba vueltas. No soportó estar sentado y caminaba por la habitación con el teléfono en el oído. Su corazón latía rápidamente. No daba crédito a lo que escuchaba. No era posible, bajo ninguna circunstancia y no esperaría para saberlo. No se quedaría con la incertidumbre del rumor.

Hizo creer a Mario que no le daba mucha importancia, aunque su amigo sabía que sí, que debía estarle doliendo. Prometió cerciorarse en la colección. Pero la realidad es que estaba al borde enloquecer. Tal vez si fuese otro hombre, tal vez si las circunstancias fuesen diferentes no habría contemplado irse lo antes posible, pero sabia de sobra que quedarse a esperar era una tortura a la cual no iba a someterse.

Realizó algunas llamadas durante la.nocjr y logró que la junta se adelantara para el día siguiente. Empacó la maleta, llamó a comprar el pasaje y dejó todo preparado para irse al aeropuerto en cuanto saliera de la reunión. Fue una noche larga. Apenas si pudo dormir un par de horas, bebió dos vasos de whisky y lloró un poco. Sabía perdida a Beatriz, pero las pocas esperanzas que le quedaban de volver a estar junto a ella se le escurrían de las manos como agua.

En el avión durmió otro poco. Llegó a Colombia y se metió en su apartamento. No avisó nada en Ecomoda. Estaría por allí, sin dar señales. Si la realidad era ese chisme, pues que se le presentara de frente. Se preguntaba todo el tiempo ¿Qué haría? En caso de ser real. ¿Cuál era el paso a seguir?  No lo sabía. Tenían miles de escenarios en su cabeza y aún no lograba hilar el más lógico u oportuno de todos. Sabía que estaba siendo impulsivo, pero siempre le sucedía con Beatriz.

Espero a la noche para poder salir. Rentó un coche y se estacionó frente a Ecomoda. Esta vez no cometería los mismos errores de antes al espiarla. Esta vez sería diferente.

Beatriz estaba despidiéndose de su novia en el ascensor. Se daban besos tiernos mientras se miraban con ese sentimiento tal latente entre las dos. Esta noche no podrían salir juntas. Ya habían aprovechado un poco la noche anterior y el cansancio de la colección y sus encuentros comenzaban a pasar factura, pero no menguaban las ganas.

Salieron de allí entre sonrisas brillantes, Wilson, que no sabía, pero sospechaba, se despidió con formalidad. Cada una se fue a su auto y se guiñaron el ojo antes de partir.

Armando no pudo percibir los gestos, por la distancia, pero sí sintió cómo se calentaba su estómago al ver que salieron juntas. Trataba de apaciguar su mente, eran solo ideas. Si ellas dos estaban al mando de la empresa era lógico que salieran juntas. Tal vez solo era un chisme mal contado y ya. Una falsa esperanza que lo mantenía a flote y cuerdo.

Ahora tenía que definir a quién seguiría. Marcela podría ser, pero si ansiedad se sentaba en Beatriz y sin pensarlo comenzó a seguirla. Sintió que el tiempo estaba perdido cuando la vio llegar a su casa. Nada raro ni sospechoso. Como no consiguió nada, decidió ir al apartamento de Marcela.

El camino se le hizo eterno. Se atoró en el tráfico. Demoró mucho allí o tal vez era esa su sensación ante la angustia. Cuando llegó al edificio, se parqueó afuera y fue a la recepción.

— Doctor Mendoza, ¿Usted por aquí?
— Hola, Martínez, sí, ya llegué del viaje y quería sorprender a Marcela. ¿Está en el apartamento?
— No entiendo, doctor, ¿Usted no sabe?
— ¿Qué cosa?
— La doctora Marcela ya no vive aquí, hace como un mes se fue.

La poca esperanza comenzaba a esfumarcele. Marcela amaba ese apartamento. ¿Por qué se iría?

— No, Sí, sí. Solo que vine a buscar la nueva dirección porque la boté y me da pena llamarla. Usted sabe cómo es de brava.

— Doctor, discúlpeme, pero con eso sí no lo puedo ayudar. Ella no nos dejó eso.

— ¿Ah, no? Bueno, Martínez. Voy a llamar a Ecomoda entonces. Gracias.

Martínez no pudo evitar ver el auto corriente en el que se transportaba Mendoza y aunque le pareció curioso, simplemente alzó los hombros y siguió con sus labores.

Armando no sabía que era peor. No saber nada o llegar a confirmarlo todo. Tendría que esperar al día siguiente y seguir investigando.
Se rindió por esa noche y fue a buscar una copa en algún bar.

Destino - Marcela y BettyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora