Corazón en fuga II

603 60 4
                                    

Marcela alzó las cejas ante esa pregunta. Retrocedió en la silla y asentía lentamente con la cabeza.

—¿Cómo sabe que estaba en Chile? — respondió alzando una ceja.

— El cómo me enteré es lo de menos— dijo con nerviosismo mientras se giraba un poco para abrir un cajón que tenía unas llaves colgadas, sacó dos hojas impresas y se las puso sobre el escritorio — pero en información real y obviamente no es una coincidencia su viaje y el de don Armando.

Ahora Beatriz hablaba con seguridad y con frialdad. Se había esfumado el ambiente seductor de hace un momento.

— ¿Por qué no vamos al grano? Sí, claro, Beatriz. Fui a Chile antes de venir a Colombia — dijo con seguridad y simpleza.

Beatriz alzó los hombros para restarle importancia y tomó nuevamente las hojas.

— Perfecto, doña Marcela. Solo eso quería escuchar. Qué bueno que esté aquí, para que retome sus puntos de venta. Mañana a primera hora tendrá un informe detallado... — dio media vuelta en su silla y se puso de pie para ir a guardar unos documentos en el archivero que ahora era su exoficina.

— No, Beatriz — dijo Marcela con voz enfática — me va a tener que escuchar aunque no quiera — se pudo también de pie y se cruzó de brazos.

— Muchas gracias, pero no me interesa, nos vemos mañana— sostenía los papeles en sus manos y le hablaba con la máscara de la diplomacia, pero la rabia le hacía latir las sienes, otra vez se giró y entró al archivo.

Marcela se mordió la mejilla interna y alzó los ojos en gesto de impaciencia. Ni siquiera le molestaba su pregunta, al contrario, la excitaba mucho que estuviese en esa actitud ¿Acaso estaba celosa? Tardó un segundo en seguila al archivo y entró rápidamente, cerró la puerta con seguro y recostó su espalda en ella.

Beatriz se sobresaltó al escuchar cómo se cerraba la puerta y volteó a ver para encontrarla allí. Recostada en la madera y con los brazos cruzados sobre el pecho. Era una imagen demasiado sexy. Tenía un jean tiro alto  y una camisa blanca manga larga abierta, donde se veía una blusa de tirantes que resaltaba sus senos y la finura de su cuello. Su gesto era el de alguien que no se daba por vencido .

Beatriz abrazó los papeles y tomó aire.

— Doña Marcela, es en serio. Yo no quiero ni necesito escuchar nada más. Todo está muy claro. Simplemente — se sintió atribulada, soltó los papeles encima de la mesa que antes era un escritorio y extendió los brazos - no sé... olvidé que usted tenía una relación con él, pero ya lo recordé— caminaba con pasos cortos y de vez en cuando la miraba, Marcela seguía en la misma posición escuchándola atentamente —ya sé en qué punto de la historia estoy. Y ya, lo que pasó...— soltó un bufido y se dedicó a mirarla con un poco de tristeza — lo que sea que haya pasado entre nosotras, simplemente se olvida y ya. Porque eso no cambió ni cambiará nada. Yo termino lo que vine a hacer a Ecomoda y me voy y todo seguirá su curso, mi vida, la suya, la de ustedes...

— ¿Me puedes escuchar, por favor?

La tuteó con voz tranquila y Betty sintió que se le erizaba la piel.

— Por favor, doña Marcela, es lo mejor...
— ¿Será que me dejas hablar por favor, Beatriz? — la interrumpió en su terquedad.

Beatriz se recostó en el escritorio y alzó los hombros en concesión. Al menos le debía eso.

Marcela siguio con la espalda pegada a la  puerta y desde allí le clavó una mirada intensa.

— Beatriz. No diga que no pasó nada porque para mí no ha sido así. Aún trato de comprender en qué punto de esta historia las cosas cambiaron así. No lo sé — hacía gesto de incomprensión — pero sé lo que estoy sintiendo porque es real. Porque en medio de todo este infierno al que nos fuimos, empecé a sentir que la vida me volvía. Porque estando lejos, Beatriz, escuchar su voz me daba paz y me emocionaba. Quería estar cerca suyo como ahora y a pesar de que usted esté molesta porque estuve allá con él, créame que esa sensación de tranquilidad, de paz, de serenidad, no ha cambiado — se relamió los labios y por fin despegó su cuerpo de la puerta con lentitud, empezó a caminar lerdo hacia Beatriz — y si fui allá, no es precisamente por lo que usted está pensando, la entiendo, yo hubiese pensado lo mismo — cada vez estaba más cerca de ella — fui a terminar definitivamente mi relación con Armando Mendoza — le dio una mirada de sinceridad con ojos brillantes — en este momento sólo soy Marcela Valencia, la accionista de Ecomoda. Ni la novia, ni la ex, ni la prometida, ni nada que me relacione íntimamente con él — ya se encontraba frente a Beatriz que apenas si podía creer lo que escuchaba — Lo hice por mí, porque quiero sanar y lo estoy haciendo. Porque quiero vivir mi vida, porque quiero seguir sintiendo esto que me pasa cuando estoy cerca suyo como ahora, mire— le tomó una mano y se la llevó al pecho, Beatriz sintió cómo palpitaba tan fuertemente como el suyo y se dejaba hacer, solo la miraba no la perdía de vista, estaba hipnotizada — porque usted me encanta y ... —Se acercaba poco a poco a su cara y sentía que se quedaba sin aire— y quiero seguir aquí, así, sin mentiras, ni trampas, con la honestidad y la certeza de lo que somos y lo que sentimos — cerró los ojos y reprimió el deseo de besarla, quería escucharla primero.

Beatriz estaba nublada. Nunca antes había estado tan cerca de ella. Percibía tantas cosas al tiempo que no sabía si lo que la tenía casi a punto de desmayarse era su olor, su energía, su cercanía o la mirada brillante cargada de deseo que le dedicaba. Ella la correspondió con la misma intensidad y por supuesto que habló, con voz suave, casi susurrándole a los labios.

— Usted también me encanta — le miró los labios tan cercanos y luego a los ojos— usted me enloquece y cuando llegó la vi ahí parada solo pude confirmarlo. Me gusta demasiado, Marcela — sus respiraciones estaban aceleradas y Marcela se atrevió a abrazarla por la cintura.

— ¿Todavía le queda alguna duda? — le preguntó mientras una de sus manos le recorría suavemente la espalda sobre la ropa.

— No — Beatriz sintió un corrientazo en la espalda y no pudo contener un leve movimiento, estaba comenzando a excitarse demasiado con ese simple toque— ninguna duda— atinó a responder con la risa mezclada en sus palabras.

Marcela correspondió a esa risa con una corta y grave. Tampoco estaba conteniendo los deseos de su cuerpo. Quería besarla, pero no sabía cómo proceder. Se sentía tan nublada que temía equivocarse o ser demasiado impulsiva. Solo pudo cerrar los ojos otra vez y morderse los labios, porque la visión de los labios de ella, entreabiertos la tentaba demasiado.

Beatriz se atrevió y posó una de sus manos en el rostro de ella. Debía mantener su compostura o en cualquier momento entraría alguien y las vería en esa escena. Se estaba muriendo por besarla y probar esa boca que tenía a tan solo unos centímetros. Le acarició con ternura el rostro, como queriendo comprobar que era real y luego, con la yema  del pulgar le rozó los labios suavemente, enviando millones de descargas eléctricas hasta su vientre y su centro. Marcela no ayudó y le besó la yema del dedo con una mirada erótica que solo pudo excitarla más.

— Vámonos de aquí que me estoy muriendo por besarla y no quiero que nos vean ni nos interrumpan—  le dijo con voz suave mientras recorría la línea de su mandíbula con el pulgar.

— ¿A dónde? — preguntó una Marcela totalmente derretida ante la intensidad con que Beatriz le detallaba la piel— es decir, sí vamos

Le soltó la cintura y con movimientos torpes y acelerados salieron del archivo. Beatriz comenzó a guardar las llaves y Marcela no sabía qué hacer. Estaba hecha un nudo de emociones y nervios. Se devolvió hasta Beatriz y le tomó la barbilla con los dedos, obligándola a mirarla.

— No tengo carro, así que tendremos que irnos en el suyo, voy por mis cosas y nos vemos en el parqueadero — le susurró muy cerca — Beatriz asintió con obediencia.

Marcela salió como un rayo de la oficina y se fue a la suya. Bajó por las escaleras hasta el parqueadero. No dijo nada a nadie, ni se despidió. Apenas si podía respirar.

Betty caminaba apresurada, terminando de meter el celular en su cartera. Llamó el ascensor y se despidió con una sonrisa todas. Hasta de Patricia. Pulsó el botón y el tiempo en bajar se le hizo eterno.

Mientras tanto, Aura María, Sandra y Patricia se miraban sorprendidas. ¿qué acababa de pasar?

Cuando por fin el ascensor abrió sus puertas en el parqueadero, Betty la divisó ligeramente recostada en el capó de su carro y sonrió. Caminó rápido mientras quitaba los seguros y ella sonreía.
Todo pasaba rápido, la ansiedad no las dejaba ni hablar. Se montaron y Beatriz encendió el motor y arrancó con premura. Marcela dio un pequeño grito de sobresalto y excitación.

— Tranquilaaa, Beatriz — dijo riendo tras el susto.

— No estoy tranquila — también se dejó contagiar de esa risa cantarina — ¿A dónde vamos?
— Al cielo, si sigue manejando así — le dijo Marcela bromeando.
Beatriz captó el mensaje y fue reduciendo la velocidad hasta llegar a un semáforo.

— yo no salgo mucho, pero conozco un lugar que... Tal vez no es para las personas de su clase, pero le podría gustar y es... Íntimo — le dijo mientras le miraba los ojos con intensidad.

— En este momento no me importa la clase, así que vamos, sorpréndame Beatriz — le respondió mientras le llevaba ese mechón coqueto tras la oreja.

Beatriz arrancó nuevamente y se apresuró en llegar al destino.

Destino - Marcela y BettyWo Geschichten leben. Entdecke jetzt